Luego de varios años de olvidos constantes, a Jenny Cabrera de Zambrano le diagnosticaron demencia senil a los 72 años. Cinco años después se confirmó que tenía Alzheimer en su primera fase, cuando aún podía valerse por sí misma. Su nieto, el fotógrafo Fernando Olaya, registró los últimos meses de vida con la esperanza de que ella lo volviera a reconocer
Jenny Cabrera de Zambrano se había encargado de criar a su nieto, Fernando Olaya. En 2013, Fernando se fue a continuar sus estudios en fotografía fuera de Colombia y cuando volvió de visita, un año después, se encontró con alguien que ya no era su abuela. La enfermedad había avanzado y se enfrentaba a un deterioro cognitivo leve. “No la vi a ella, vi solo el cascarón”, cuenta. “Tenía la mirada perdida. Todavía me reconocía pero le costaba. No estaba ahí”. Entonces quiso encontrarla de nuevo a través de las fotos. Sacó su cámara e hizo la primera toma de esta serie.
Fernando se fue a terminar sus estudios y regresó un año después. Si esa primera vez lo había impactado, esta vez fue aún peor. Ya su abuela no lo reconocía. Entonces se propuso retratarla con la esperanza de encontrar un momento de lucidez en el que pudiera agradecerle todo lo que hizo por él. Estuvo seis meses a su lado, documentando cada día. “Necesitaba que ella me volviera a ver como el nieto que crió y no como un extraño”, dice.
"Con la enfermedad se puso agresiva. Le daba mal genio todo. Yo creo que era mucha frustración, tener pequeños destellos de consciencia en los que se veía a sí misma así y eso la frustraba. La mantenían sedada, y por eso yo la veía perdida”. Fernando la ponía frente a su máquina de coser, le daba sus antiguos instrumentos de costura para ver si reconocía algo, si recordaba situaciones, habilidades. Pero no hacía nada, solo movía el pedal. Esos elementos que antes eran su cotidianidad, ya no le decían nada.
Antes de enfermarse era una mujer activa. Estaba al frente de la casa. Cocinaba, llevaba a Fernando al colegio, lo recogía, le ayudaba con las tareas y asistía a las reuniones de padres. Cuando Fernando se fue del país comprendió lo importante que era su abuela para él, cuánto había influido en la persona que era en ese momento. Pero eso solo podía recordarlo él. Las memorias de su abuela se iban vaciando poco a poco. La enfermedad empezó a avanzar más rápidamente y ya no había nada qué hacer. Apenas unos medicamentos para atenuar algunos síntomas.
A veces, cuenta Fernando, la veía cubrirse la cara con las manos. Él se preguntaba si había entrado en razón. “Yo creo que el Alzheimer es más duro para la familia, incluso más que para el propio paciente. Aunque la persona tiene una etapa durísima en la que sabe que se va a convertir en una carga. Para mí fue muy difícil que no me reconociera, me agrediera y me maltratara. Y si sientes que tienes deudas, como me pasó a mí… pues peor”.
La abuela de Fernando tenía recuerdos vagos de su infancia. El médico les dijo que le compraran muñecos, dulces, porque era como si hubiera regresado en el tiempo a la niñez. Por eso preguntaba por sus padres, por sus abuelos. También preguntaba por Fernandito y él le decía “soy yo, abuela”. “No, usted no es”, respondía ella. Solo una vez pensó que lo había reconocido: lo vio dormido y lo arropó: “Es hora de dormir, mire que mañana hay que levantarse temprano para ir al colegio”, le dijo.
Pero la mayoría del tiempo su abuela pensaba que Fernando era un extraño, un ladrón, y le tiraba objetos. Fernando lidiaba con su agresividad. “Esas cosas me dolían un poco, pero al mismo tiempo me motivaban a seguir buscando un momento para ella. Los ojos eran lo que más me impresionaba, porque te miraba pero no te miraba. Siempre que le hacía fotos me fijaba si en algún momento me miraba a mí y no al vacío”.
Caminaba sin rumbo, se quedaba viendo una pared largo rato, o permanecía inmóvil en una silla. Fernando la observaba. “Ella no es mi abuela, está atrapada en un cascarón”, pensaba. Y al procesar las fotos encontraba ese blanco estallado, ese exceso de luz, esos altos contrastes. Hoy lo entiende: muchos espacios en blanco, como la memoria de su abuela.
Durante esos seis meses al lado de Jenny, Fernando vivió el deterioro acelerado. Su abuela olvidó hablar, solo hacía gestos, sonidos. Olvidó masticar y por eso se adelgazó mucho. Dejó de caminar. Siempre estaba acompañada de dos enfermeras que la cuidaban día y noche. El último año, 2016, Fernando le hizo un par de fotos. Pero encontró tanto dolor que decidió parar. Ya no había nada que la hiciera volver. “Es duro resignarse a dejar ir a alguien que amas. Saber que no hay vuelta atrás, que no va a regresar y que cada día es peor. Es doloroso y frustrante”.
Cuando murió, a mediados de 2016, en lugar de tristeza Fernando sintió alivio, porque sabía que finalmente su abuela iba a descansar. Esos meses haciéndole fotos le sirvieron para hacer el duelo de alguien que amaba y había sido fundamental en su vida. Este ensayo fotográfico y todas las reflexiones que generó en él fueron una forma de agradecerle, de desahogarse y finalmente, de despedirse.
El Alzheimer es considerado la forma más común de demencia, y en Colombia se calcula que afecta a unas 221.000 personas. La mayor incidencia se presenta en los mayores de 65 años, y aumenta con la edad. Aunque está asociada con la vejez, es un error pensar que solo afecta a esta población. No hay que perder de vista que la etapa preclínica del Alzheimer (cuando aún no se manifiestan los síntomas) puede empezar a desarrollarse durante los 25 años previos al diagnóstico. Identificar los síntomas para que se haga un tratamiento oportuno trae beneficios al paciente y a su familia. Algunas alarmas son: pérdida progresiva de la memoria (desorientación en tiempo y espacio, olvido de nombres, lugares, tareas, habilidades), dificultad para planear, tomar decisiones y para realizar algunas actividades motoras. También hay síntomas de cambios en el estado de ánimo: depresión, angustia y mal genio.
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