¿Qué pasa antes, durante y después de un ataque al corazón? Esta es la historia de un hombre que sobrevivió a un infarto, y de cómo decidió aprovechar esa segunda oportunidad.
l domingo 30 de octubre de 2016 Octavio Franco Muñoz, pensionado, 75 años, se acostó pensando en la noticia del temblor de tierra que había sacudido el centro del país a las 7:20 de la noche, y que marcó 5,4 grados en la escala de Richter.
Durmió sin alteraciones. Al día siguiente madrugó a las 5:30 de la mañana, como siempre, para preparar el desayuno de su esposa, Mercedes Hernández, ejecutiva de un club, y de sus dos hijas, Luisa y Daniela, estudiantes de universidad y bachillerato, respectivamente.
“Ese lunes estaba siguiendo la rutina normal de todos los días. Tomé el Transmilenio desde mi casa en el norte hasta Bosa. El cielo estaba nublado. A la media mañana, como a las 9:30, estando en la oficina, empecé a sentirme mal: era un desasosiego, un malestar. Le dije a la asistente que me iba para la EPS, que queda en la calle 104 con Autopista Norte, que no me sentía bien y que iba a tomar el bus alimentador hasta el portal y después el Transmilenio. Seguramente ella me vio en muy malas condiciones, porque me dijo: ‘No, camine, mejor lo acompaño a que tome un taxi’.
Creo que esa decisión fue fundamental, me salvó la vida. Desde antes de subirme al taxi comencé a perder la conciencia poco a poco. No recuerdo bien lo que sucedió. No me veo bajando del segundo piso de la oficina para salir a la calle, a pesar de que he hecho mucho esfuerzo por recordar. Hay una nebulosa que comenzó allí, hasta días después cuando me despertaron en la clínica. Después pensaba que si la muerte es así, bienvenida. Ni siquiera tuve tiempo para sentir miedo.
”Ya en el taxi hablé por teléfono con mi esposa, pero tampoco me acuerdo de eso. Ella me contó después. Le decía que me sentía mal, que iba para la EPS. Sentía como un ahogo, estaba en el preludio de una pérdida de conciencia, de un desmayo.
”No entendía lo que me pasaba. Le decía a ella que me sentía mal. Eran como las once de la mañana. Estaba cayendo un aguacero sobre ese sector de la ciudad. Ya había comenzado el infarto, pero yo no sentía dolor, porque uno piensa que el infarto es un dolor, pero no”.
Para salvarlo del infarto, a Octavio Franco le hicieron una cirugía delicada: una angioplastica o cateterismo coronario. Tenía 50% de probabilidades de sobrevivir.
En la cresta del infarto
Un infarto clásico, en el instante en que afecta a una persona, presenta una serie de síntomas diversos, algunos de ellos bien conocidos. Clímaco de Jesús Pérez, médico internista, cardiólogo y electrofisiólogo adscrito a Colsanitas, los describe así: “Es una encrucijada de sensaciones. Un cuadro clínico típico de estos pacientes es sentir un dolor intenso en la mitad del pecho, mareos, sudoración, escalofríos, ganas de ir al baño, o puede que el dolor sea leve o que no sienta dolor. De pronto no es más que una sensación de ahogo o mareos”.
En una oficina sobre los cerros orientales de la ciudad, Mercedes Hernández seguía la carrera de su esposo agónico hacia el centro de atención en salud. “Por teléfono le dije a Octavio que cuando llegara a la clínica me avisara. Me decía: ‘No me siento bien, pero aquí voy’. Intenté monitorearlo. A la tercera llamada me contestó una voz extraña. Me dijo que era taxista y que el pasajero se había desmaya[1]do en la silla de atrás. Que estaban en la Cruz Roja, sobre la Avenida 68. Ese señor fue el salvador de Octavio. Inicialmente pensó en tomar una ruta hacia la clínica Méderi, en las Américas con calle 26, pero se dio cuenta de que la Cruz Roja le quedaba más cerca. Allí le prestaron los primeros auxilios. El taxista me dijo que era necesario que fuera hasta allí alguien de la familia, porque hasta entonces a él no lo dejaban irse”.
Octavio Franco reconoce hoy la audacia y la decisión del taxista como clave: “Él fue definitivo en mi salvación. Porque si hubiera tomado para otro lado, quizá no alcanzo a sobrevivir”.
A la Cruz Roja lo entraron sin pulso y bajo una taquicardia ventricular. En seguida lo sometieron a tres descargas eléctricas de 360 julios (vatios de potencia por segundo), un procedimiento llamado desfibrilación, que se usa para sacar al corazón de la arritmia y devolverlo al ritmo normal. Lo intubaron para aplicarle oxígeno y le instalaron una cánula en la mano derecha para suministrarle medicamentos vía intravenosa. Así lo reanimaron luego de un infarto agudo en la pared anterior del corazón (muerte cardiaca súbita). Pero también se dieron cuenta de que la situación de salud de Octavio Franco requería una atención inmediata en una clínica con mayores soportes médicos.
Después del ataque
Mercedes recuerda cuando se encontró con su marido: “Cuando lo bajaron de la ambulancia estaba inconsciente. Su piel tenía un color verde traslúcido; sus pies estaban rígidos. Eso fue muy fuerte. Pensé que se moría, la verdad. Lo metieron a urgencias de la clínica y al rato me llamó el médico y me dijo: ‘Vamos a tratar de hacer lo que se pueda, pero está muy mal. Vamos a hacerle una cirugía, una angioplastia o cateterismo coronario. La probabilidad de que sobreviva es del 50 %’. A las horas, después de la cirugía, volvió a salir el médico y me dijo que estaba bien, que le habían puesto tres stents. Estaba en cuidados intensivos, pero había sobrevivido”.
Estuvo internado cuatro días. Dos de ellos en la unidad de cuidados intensivos, donde estuvo en un estado de coma inducido para evitar una repetición o reincidencia del infarto, un riesgo normal en las primeras 48 horas, que de haber sucedido habría sido mortal. En medio de un rapto de delirio, quizás causado por el encierro, intentó quitarse el tubo de oxígeno, la canalización del suero y todos los sensores a los que lo tenían conectado con diversos aparatos. Fue como una desesperación automática, un cuadro de agitación. También dio muestras de estar desorientado, confundido, con la memoria reciente alterada, hasta no saber qué le había pasado y por qué estaba allí.
Su corazón quedó con una degeneración y muerte de una zona extensa de la cara trasera o anterior. Pero la funcionalidad de contracción del ventrículo izquierdo, un indicador que mide qué tan débil o tan fuerte se encuentra el corazón, pasó de un 30 a un 46 %. Mejoró con la instalación de los stents, que son unas mallas metálicas para abrir arterias o venas tapadas por capas de grasa. En un corazón normal la capacidad es superior al 50 %; sin embargo, una persona puede vivir con menos de un 10 %, aunque con restricciones.
El dato
De las 242.609 muertes registradas en Colombia en 2019, 55.000 fueron causadas por enfermedades cardiovasculares.
Las estadísticas
La arteria obstruida que le causó el infarto a Octavio fue la descendente anterior o acoplamiento ventrículo-arterial (AVA). “La AVA, como un río, recorre un territorio, la parte anterior del corazón, irriga un territorio bastante amplio, y un infarto en la AVA va a implicar la región anterior del corazón. Los infartos se dan sobre las arterias que nutren al corazón y se encuentran en la pared externa o epicardio. Una de esas es la AVA, que tiene dos troncos, izquierdo y derecho”, ilustra el cardiólogo Clímaco de Jesús Pérez.
En 2015 murieron en el mundo 17,7 millones de personas a causa de enfermedades del corazón, las arterias y las venas, la principal causa de muerte según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dicha cifra correspondió al 31 % de todas las muertes registradas ese año. Para 2030 se pronostica que cerca de 23,6 millones de personas morirán por alguna enfermedad cardiovascular, principalmente por cardiopatías y accidentes cerebrovasculares.
En Colombia, los datos más recientes del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) revelan que de las 242.609 muertes registradas en 2019, 55.000 fueron causadas por enfermedades cardiovasculares.
Investigaciones y estadísticas del Observatorio Nacional de Salud han establecido que la principal causa de enfermedad en Colombia también es la cardiovascular, predominante en hombres mayores de 75 años. Los departamentos donde mueren al año más personas por enfermedades cardiovasculares son Tolima, Caldas, Quindío, Risaralda, San Andrés y Providencia, Norte de Santander, Huila, Valle del Cauca y Antioquia.
“Cuando recuperé la conciencia en la clínica” cuenta Octavio Franco desde la placidez de su casa, “sentí un agradecimiento con la vida, el universo, el cosmos, Dios, no sé, por la nueva oportunidad que me había dado. Como si me dijeran ‘haga un balance de su vida y vea qué decisiones pudieron haberlo llevado a estas circunstancias, y de aquí en adelante es necesario hacer unos cambios para seguir disfrutando de la vida’. Algo así”.
Era el momento de dejar en el pasado algunas decisiones y hábitos adquiridos con los años. Una alimentación desbalanceada, triglicéridos y colesterol excesivamente altos, poca actividad física, obesidad leve y consumo regular de alcohol.
Continúa Octavio: “Tuve un mes de incapacidad para mi recuperación e hice veinte sesiones de rehabilitación cardiaca. Ese tiempo sirvió para reflexionar mucho sobre cómo seguir. Empecé a cerrar todos los compromisos que había adquirido con grupos de personas y amigos, arriesgándome a que pensaran mal de mí. Decidí dedicarme a mi recuperación y a vivir lo que me queda de esta segunda oportunidad, a disfrutar las cosas sencillas de la vida. Eso me ha ayudado”.
En su nueva vida, hoy con 80 años, espera que el momento definitivo, cuando le toque su hora, sea como lo dice un verso del poeta español Antonio Machado que siempre lo acompaña: “Y cuando llegue el día del último viaje/ y esté al partir la nave que jamás ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo como los hijos del mar…”.
*Cronista y corrector de estilo colombiano.
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