Conocer el pasado no sirve para predecir el futuro. Pero sí sirve para tomar mejores decisiones, para pensar mejor.
uando llegaron los españoles, hace 600 años, encontraron indígenas con una agricultura muy productiva. La Conquista redujo la población de varios millones de personas a 650.000. En la Colonia, los indios perdieron sus tierras y las minas fueron explotadas por esclavos. Para establecer una república independiente hubo que hacer una guerra violenta contra España. En los siglos XIX y XX el Estado entregó la tierra a un grupo reducido de propietarios y la gran desigualdad colonial se mantuvo, en la forma de desigualdad económica.
Hace 200 años algunos soñaron con formar una república liberal, con derechos para todos; después, muchos se esforzaron por establecer gobiernos surgidos de la voluntad del pueblo. Desde hace cien años se ha buscado disminuir la pobreza, mejorar los niveles de vida y la distribución de la riqueza, pero los resultados siguen siendo contradictorios.
También ha habido logros: ya no hay esclavos, los derechos de una persona no dependen del color de su piel, las mujeres lograron la igualdad básica y legal —aunque persisten otras formas de desigualdad—, las personas pueden escoger su religión y expresar sus ideas libremente, a los gobernantes no los nombra el rey de España sino que, mal que bien, los eligen los ciudadanos.
La vida de todos ha cambiado: las mujeres tienen hoy en promedio un poco más de dos hijos, hace 100 años tenían siete; la esperanza de vida pasó de 40 a 70 años; la mortalidad infantil se redujo drásticamente y todos los jóvenes van a la escuela. Un dato curioso muestra cuánto ha mejorado la alimentación: los colombianos son hoy diez centímetros más altos que hace 100 años.
Pero es un país en el que muchos viven en la pobreza, la justicia funciona mal, el clientelismo se convirtió en eje de la política, la corrupción es habitual y casi un millón de colombianos han muerto en forma violenta en el último siglo.
Entender la historia nos puede hacer menos fanáticos, más escépticos, más tranquilos”.
Para entender por qué el país logró algunas cosas pero fracasó en otras, por qué estamos donde estamos, hay que conocer el pasado. Las tragedias de la Conquista, la formación de una sociedad jerárquica y esclavista, el sometimiento de los indios y la destrucción de sus culturas nos ayudan a entender las dificultades para lograr un país justo. Los intentos de resolver los problemas copiando modelos europeos muestran por qué el liberalismo, la democracia y el socialismo entraron apenas superficialmente en nuestra cultura.
Entender el pasado ayuda a ver mejor la complejidad de los problemas de hoy. Y esto sirve para pensar cómo resolver las dificultades sin dejarnos llevar por los mitos e ideas fijas de algunos. Conocer la historia nos puede hacer menos fanáticos, más escépticos, más tranquilos, y puede enseñarnos que nunca hay soluciones fáciles, y que nunca una solución lo resuelve todo. Nos puede mostrar también que las respuestas del pasado no se pueden aplicar de nuevo: por más que queramos repetir la historia, ella siempre es nueva y no es posible predecir el futuro, pues lo vamos haciendo con nuestras decisiones, basadas en lo que sabemos y pensamos. Y si tomamos nosotros mismos las decisiones que hagan falta, evitamos que otros las tomen por nosotros.
Además, para saber qué pasó hace tiempos tenemos que averiguarlo, y la única forma es revisando los documentos que dejaron nuestros antepasados —los periódicos, las cartas, los relatos, pero también los edificios y los objetos que fabricaron— y juzgando qué tan ciertas son las historias que contaron. Estudiar historia es aprender a criticar las fuentes, a distinguir lo que es falso de lo que puede ser cierto, a analizar lo verosímil de un relato, a descubrir cuándo alguien dice una mentira para quedar bien o para sacar alguna ventaja.
La historia que aceptamos y juzgamos cierta no es la que cuenta el que grita más duro ni el más entusiasta: es la que se basa en mejores pruebas y se apoya en mejores argumentos. Estudiar historia es aprender a analizar los testimonios, a discutir con inteligencia y sin pasión, a debatir sin insultar ni usar sofismas, a no tergiversar lo que dicen los demás, y eso es algo que nadie nos enseña, pero que es urgente que aprendamos.
Y, sobre todo, al conocer la historia nos damos cuenta de que los resultados dependen de los esfuerzos individuales y colectivos, de lo que hace cada uno y de lo que hacen todos. Y en ese sentido, estudiar la historia es volvernos conscientes de que todos tenemos una responsabilidad, personal y social, con lo que le pase a nuestra sociedad.
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