Hace 35 años empezó a coleccionar flores, y desde hace ocho muestra al público sus 6.800 ejemplares de orquídeas. Quiere destacar la incomparable belleza de estas plantas y crear conciencia sobre las amenazas para su conservación.
i no supiera que está hablando de orquídeas, uno pensaría que Omar Chaparro describe a personas que quiere y conoce mucho:
—Esta —dice mientras señala una exuberante orquídea conocida como zapatico de dama— tiene un depósito de agua almibarada que atrae a las abejas; para salir, el insecto se ve obligado a pasar por un túnel de la flor donde está el polen, y así se le adhiere a su espalda.
Mientras señala otra de las miles que viven en su jardín, dice:
—Esta planta me la dio un señor en Popayán hace 26 años. Es posible que esté extinta en la naturaleza y esté sin identificar.
Y cuando muestra otra:
—A esta le digo bailarina, porque el viento la mece y parece que tuviera un vestido. Hay 850 especies solo de esta variedad.
Omar Chaparro sabe todo de las 6.800 orquídeas que tiene: sus nombres en latín o sus raíces griegas, los polinizadores de cada una, la procedencia, el clima que prefieren. Tiene unas 1.300 variedades de orquídeas: desde las que solo pueden verse con lupa y microscopio hasta las más conocidas comercialmente; desde las que florecen por un día hasta las que echan flores que perduran por ocho o diez meses.
—La Masdevallia coccinea —enseña su pequeña flor fucsia— era hasta hace diez años la flor de Bogotá, pero como ya no existe en estado silvestre, se tuvo que cambiar.
Le gusta contar la historia de cada flor, los caprichos de cada una para conseguir ser polinizada. Le gusta decir que Colombia es el país con la mayor variedad de orquídeas (unas 5.000 de las 35.000 que están catalogadas), y le duele advertir que también es el país que menos las cuida: 95% de las orquídeas en Colombia están amenazadas, a punto de desaparecer o en peligro crítico.
Con la idea de crear conciencia alrededor de su conservación, Chaparro fundó en 2008 con recursos propios el sendero Orquídeas del Tequendama: un jardín de 30.000 metros cuadrados ubicado en el kilómetro 19 de la vía Bogotá-Mesitas del Colegio, a media hora de Soacha. Se mudó a ese terreno hace 22 años. En un principio alternaba su carrera —es administrador de empresas agropecuarias— con su hobby. Ahora se dedica exclusivamente a las flores, los visitantes y la Fundación Orquídeas del Tequendama.
¿Cómo empezó la afición por las orquídeas?
Tuve mi primera orquídea a los diez años. Seguí coleccionando y cuando tenía 16 conocí a unos alemanes que se enamoraron de nuestra flora y fundaron un club. Ingresé ahí y empecé a formalizar el hobby y a intercambiar flores. El jesuita Pedro Ortiz Valdivieso fue mi mentor. Fue la persona que más identificó orquídeas en Colombia.
¿Por qué orquídeas, qué las hace tan especiales?
Esto es mágico. Uno empieza por tener una orquídea y la planta lo premia con su flor, y ver esa majestuosidad… es una alegría que no se puede describir. Cada planta es única y cada una tiene su magia. Cada orquídea tiene un bicho que la poliniza, solo uno: abejas, abejorros, colibríes, mariposas. Para atraer al insecto, la orquídea se vale de ciertos engaños. Yo la llamo “la gran mentirosa de la naturaleza” porque utiliza diferentes formas de seducción: las formas, los colores y los aromas. Tienen una simetría bilateral, es decir que si uno pasa un eje transversal ve que son simétricas: una mitad es espejo de la otra.
¿Cómo surgió la idea de hacer un sendero y mostrarlas?
Una persona muy querida me lo sugirió. Me dijo que hiciera un sendero para mostrarlas pero no como en las exposiciones, que son como reinados de belleza: muestran unas orquídeas muy bonitas y maquilladas y ya está, muy pocas veces se comparten los conocimientos de cómo cuidarlas. Aquí quise mostrar a esa reina recién levantada, en su estado natural. Esa ha sido la misión. Estas orquídeas están jubiladas, no van a exposiciones, están en su hábitat natural, y no tienen el estrés de movilizarse.
Uno empieza por tener una orquídea y la planta lo premia con su flor, y ver esa majestuosidad… es una alegría que no se puede describir”.
¿Qué quiere lograr en el público que lo visita?
Con el sendero estamos haciendo pedagogía: uno cuida lo que quiere y quiere lo que conoce. La idea es mostrar las orquídeas en su estado más natural, para que la gente aprenda a distinguir las clases de orquídeas y cómo se encuentran. También la idea es enseñar a respetar: si llevamos una orquídea de la naturaleza y no la sabemos cuidar, la estamos condenando al exterminio.
¿Por qué son tan importantes las orquídeas, además de su valor estético?
Para mi son indicadores de la sanidad de un ecosistema. Si hay orquídeas uno puede deducir que por ahí no ha pasado la mano depredadora del hombre.
¿Qué es lo más difícil de ser el cuidador de estas orquídeas?
La principal virtud que debe tener un aficionado a las orquídeas es la paciencia. También delicadeza y sensibilidad. Hay que crear una conexión con las flores. Es una responsabilidad muy grande. Si uno se va mucho tiempo hay que dejarlas al cuidado de alguien. Pero ellas sienten la ausencia y le reclaman a uno. Uno las encuentra apagadas, achicopaladas. Con las orquídeas hay que estar siempre cuidándolas, regándolas.
Ahora que tiene su sendero y las protege, ¿qué sigue? ¿Qué está haciendo?
El paso que sigue es poder seguir multiplicando las orquídeas, reproducirlas en el laboratorio, de forma in vitro y luego mi sueño es verlas un día en los ecosistemas. Ir a sembrarlas a su lugar, sin ningún interés comercial. Desde que germina una planta hasta que llega a feliz término y da su primera flor pueden pasar 20 años. En el laboratorio se logra acortar el tiempo en siete u ocho años. Aunque no me gusta hacer híbridos, es válido porque se toca menos la naturaleza.
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