La actuación incentiva en los niños la imaginación, promueve el trabajo en equipo, desarrolla la creatividad y propone herramientas para formar seres humanos más seguros de sí mismos.
l teatro tiene una cosa que no tiene ningún otro arte y es que uno puede estar parado en un escenario vacío y decir ‘Estoy en Júpiter’. Y estás en Júpiter. Es mágico porque da la posibilidad de viajar, transportarse, crear, imaginar y jugar”, explica la actriz Carolina Cuervo, que comenzó a los 5 años de edad en su profesión.
No en vano en inglés el término play se refiere no solo a jugar, sino también a la interpretación de personajes y a las obras en escena. Las tablas son un espacio de juego en el que tanto niños como adultos desarrollan la espontaneidad ante diferentes situaciones, y sus efectos en todos los casos apuntan a crear mejores seres humanos.
Según Annie de Acevedo, psicóloga infantil y de familia, en el siglo XXI el uso de la tecnología en la vida de los niños ha aumentado de manera exponencial, y en la línea opuesta, la imaginación y la creatividad han disminuido. “¿Entonces qué mejor que una escuela de actuación donde puede crear un personaje e infinidad de mundos a partir de su propia mente, sin recurrir a los aparatos electrónicos? Dejar flotar la imaginación es buenísimo y muy sano para la psiquis, porque es el primer paso de las grandes ideas”, asegura la experta.
Un juego funcional
Nohora Isabel Cadena, psicóloga infantil adscrita a Colsanitas, afirma que los talleres de actuación facilitan en el niño su expresión verbal y corporal, e incentivan la memoria, la creatividad, la socialización y el trabajo en equipo. Además de abrir la oportunidad de expresar emociones, mejoran la autoestima y dan seguridad, por esa razón tienen un efecto terapéutico. “He tenido en el consultorio casos de niños con dificultades para socializar que han ingresado a clases de actuación y después de tomarlas han superado esas dificultades en un corto tiempo”, menciona la doctora Cadena.
La contribución en el ámbito emocional radica en que mediante el juego de roles se practica una especie de catarsis que proyecta en escena los sentimientos reprimidos, y así, sin ser juzgados, los chicos se liberan. La fantasía y la realidad se cruzan para el niño, y crean la oportunidad de soltar las emociones negativas.
“Para actuar a un personaje hay que quitar una cantidad de cosas de uno mismo, de lo contrario no es posible. Se trata de quitar los miedos y la timidez”, revela María Isabel Murillo, fundadora y directora de Misi Producciones. Y continúa: “Los padres muchas veces creen que hacer una actividad artística como la actuación o, como en el caso nuestro, teatro musical, pone en riesgo el cumplimiento con el colegio”. En su experiencia pedagógica, ella ha identificado que cuando un niño encuentra desde pequeño una pasión, e invierte sus esfuerzos y su tiempo en realizarla, organiza sus horarios. “Cuando uno está contento y satisfecho con uno mismo siempre rinde mejor con todo lo que hace. Además, encontrar una pasión desde pequeños es tan importante como comprar el mejor seguro de vida”, enfatiza Misi.
Al igual que los deportes y otras actividades extracurriculares, los talleres de actuación implican compromiso y disciplina. “Si uno no se esfuerza, no sale bien. Porque lo que no se ensaya no sale. El arte sí necesita un grado de perfección que exige dedicación”, apunta Carolina Cuervo.
Al interpretar un personaje ficticio, el actor se asume como es, acepta el cuerpo que tiene, conoce sus defectos y habilidades, y a partir de ellos aprende a utilizarlos a su favor y a expresarse a su manera”.
Habla la experiencia
Cuervo emprendió su camino como actriz hace 33 años en el programa televisivo Pequeños gigantes, y desde ese momento vio el oficio como un juego, “una manera de hacer algo diferente”. Su perspectiva coincide con la de Alejandra Zuluaga, que a los 6 años participó en la película Mamá, dirigida por Philippe van Hissenhoven. Hoy Alejandra tiene 10 años, acaba de rodar un cortometraje y durante la entrevista para este artículo analizó los cambios en su vida a partir de esa experiencia: “Aprendí a ser más abierta y empecé a interactuar más con los niños del salón, porque yo era muy penosa. No podía ni pararme al frente de la clase. Hacer la película me dio más seguridad en mí misma. Sentí que era un juego y es muy chévere, porque actuar me impulsa a hacer cosas que Alejandra Zuluaga Rojas no haría”.
Al interpretar un personaje ficticio, el actor se asume como es, acepta el cuerpo que tiene, conoce sus defectos y habilidades, y a partir de ellos aprende a utilizarlos a su favor y a expresarse a su manera. Adquiere la capacidad de reírse de sí mismo, enfrenta sus inseguridades y descubre otras facetas de su personalidad que no suele mostrar en la vida cotidiana.
“A mí me ha servido ser actriz para desenvolverme en la vida en general. No me da miedo presentarme, relacionarme con la gente, sea en un aula de clase como estudiante o ante diferentes situaciones”, dice Cuervo. Y reitera: “Nunca dejas de jugar. Y en esa medida nunca pierdes ese espíritu creativo de niño que a veces, cuando vamos creciendo, se nos olvida y lo abandonamos”.
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