Si quiere ver talento colombiano con calidad y variedad, Netflix hasta ahora lleva la delantera frente a las otras plataformas que pueden verse legalmente en el país.
n el año 2000 Juana Acosta era una estrella absoluta en Colombia. Y justo ese año ella decidió irse del país rumbo a España, después de la muerte de su hermano. La decisión significaba volver a empezar de cero a los 24 años. Y el tiempo le dio la razón. Ella consiguió lo que pocos actores colombianos logran: tener éxito en el exterior.
Juana, a los 44 años, consiguió una de las actuaciones más importantes de su carrera en El inocente. Pocas veces una serie que llegue al número 1 entre lo más visto por el público colombiano en Netflix puede ser medianamente decente. Pero en un ataque de sensatez, por primera vez este país abrazó la razón y eligió lo mejor.
Una de las razones por las que El inocente fue tan bien recibida en Colombia y el resto de Hispanoamérica es por Juana Acosta. De prostituta a monja, de hermosa a tener la cara destruida, imagine en una paleta de colores, de tonalidades, todas las que quepan en este mundo: todo lo da Juana, desde un acento madrileño puro hasta el caleño más arrebatado. La colombiana es una de las mejores actrices del momento en España, y eso no es poca cosa.
Ella no está sola. Manolo Cardona, actor perteneciente a su misma generación, logra en ¿Quién mató a Sara?, la serie que le quitó a La casa de Papel el trono de la más vista, otra de sus actuaciones consagratorias. Incluso rebasa a su papel más conocido en Latinoamérica, el que consiguió en Rubirosa, la historia del legendario playboy amigo de Leonidas Trujillo y que se distribuyó en la plataforma Star.
Y poco a poco vamos viendo actores colombianos trabajando en series y producciones de Netflix, Amazon y otras plataformas. Algunas de dichas producciones no están al nivel, como le pasó a Andrés Parra con la penosa Epitafios, de Fox. Pero este gran actor tuvo su desquite, y de qué manera, con El robo del siglo. Allí coincidió de nuevo con su socio, Cristian Tappan. La dupla funciona, como lo hacían en los noventa Bebeto y Romario, desde el 2012, cuando deslumbraron en El patrón del mal. Casi una década después de su estreno, la sólida adaptación que hizo Carlos Moreno de la biografía de Alonso Salazar sobre Pablo Escobar sigue deslumbrando. En países como Chile y Argentina lleva años encabezando las series más vistas de Netflix.
Netflix hasta ahora lleva la delantera frente a las otras plataformas que pueden verse legalmente en el país.
Hay un dato curioso con Escobar el patrón del mal, y que podría hablar de la fascinación que ejerce en nosotros los mafiosos: en los primeros capítulos que sacó Caracol Televisión, cuando mostraba a un Pablo Escobar jocoso, pícaro, ambicioso y con un diabólico carisma con el que encantaba a los más humildes de las comunas de Medellín, la serie batía récords de audiencia. Cuando mostraron el monstruo, cuando empezó a decir su famoso “le desentierro a su mamá, a su hermana, a su abuelita y se los mato”, la serie empezó a recibir críticas. La gente se desilusionó de ver a la verdadera bestia. En el Cono Sur y en España, la actuación de Parra es altamente admirada. Andrés odia esto y ha intentado desembarazarse del peso de su papel como Pablo Escobar. Al menos en Colombia, con producciones como El robo del siglo, y en Latinoamérica como el villano de La odisea de los Giles, al lado de su admirado Ricardo Darín, lo ha conseguido con creces.
Tappan volvió a aparecer, y de qué manera, en una producción de Netflix que también llegó a los cines en 2021. Lavaperros, la película dirigida por Carlos Moreno y escrita por Pilar Quintana, no ha pasado desapercibida. Algunos la han odiado por las mismas malditas razones de siempre: creer que se tienen que hacer películas que hablen bien del país, vender sus paisajes como si fueran postales. En un país donde hay traquetos, crimen y corrupción, muchos cineastas y guionistas optan por contar estas realidades.
En Lavaperros, Moreno se concentra como nunca antes en los capos menores, los llamados “lavaperros”, que son los mandos medios del negocio. Viven en casas carcomidas por la humedad en una ciudad tan apocalíptica como Tuluá. Bebiendo de fuentes tan diversas como Abel Ferrara o Samuel Beckett, esta película es una de las mejores sobre que se han hecho en el país sobre mafiosos. Los últimos diez minutos son de una poesía arrebatadora.
Nada iguala la oferta colombiana en Netflix. Que estén allí películas como Monos, que aunque a mi no me gustó no puedo desconocer su importancia, habla de la rigurosidad con que la plataforma ha intentado colmar la exigencia de todo el espectro de público que constituyen los casi cinco millones de suscriptores que tiene en el país, un rango que va desde la comedia Chichipatos hasta la miniserie Frontera Verde, que cuenta de manera magistral un relato policíaco ambientado en la selva amazónica colombiana.
Lo mismo no ocurre con Amazon Prime. Si bien Netflix también ha replicado telenovelas como La venganza de Analía o JJ, queda claro que su preocupación es la calidad y la variedad. En la plataforma del gigante Amazon al parecer no es tan rigurosa la selección, y por esto encontramos esperpentos como Dr. Mata, la desafortunada serie que Sergio Cabrera hizo con RCN, donde Enrique Carriazo nos muestra su faceta más sobreactuada. O Merlina, mujer divina, la horrenda serie del recordado Pepe Sanchez —¿quién está interesado en ver una mala telenovela del 2006?—, Los caballeros las prefieren brutas, con el impresentable humor arribista de Isabella Santodomingo, una serie que ha envejecido mal, y Germán es el man, una novela que fue divertida cuando salió en el 2010, y que hoy se ve como entretenimiento barato. En ese orden de ideas, es refrescante ver el documental sobre J Balvin que estrenó la plataforma hace unos meses.
En talento colombiano, Netflix hasta ahora lleva la delantera frente a las otras plataformas que pueden verse legalmente en el país.
* Periodista, editor y guionista colombiano.
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