Desplazado por la violencia y huérfano a los diez años. Ambas tragedias, lejos de amilanarlo, le dieron el impulso para salir adelante y arriesgarse en muchos negocios. Hoy, el empresario santandereano está al frente de una marca que compite con las mejores del mundo en artículos de cuero.
ntes de fundar su marroquinería, Mario Hernández había hecho de todo, según su propio inventario. De pequeño alquiló historietas a sus vecinos, vendió tamales, frutas y soldaditos de plomo, y atendió la caja del estanco de su papá. Luego fue mensajero, se ganó la vida apostando en el billar, administró un almacén, decoró vitrinas, recorrió el país vendiendo lámparas de ángeles, tuvo una panadería, una inmobiliaria y varias boutiques donde se hacían trajes a la medida, diseñó chaquetas de cuero, montó un restaurante. Una muestra de su filosofía de vida: “Hay que untarse, el que no se unta no disfruta”. Y por untarse se entiende no tener pena de trabajar, meter la manos en la masa, hacer las cosas uno mismo.
Ese es el lema de un empresario próspero y solvente que se levantó a pulso gracias a su habilidad para hacer negocios, a su empeño por alcanzar la máxima calidad en todo lo que hacía y a su perseverancia. Muchos en Colombia conocen su historia de superación: su familia tuvo que salir de Capitanejo, Santander, porque su padre había sido amenazado; en Bogotá, su papá compró unos camiones, una fábrica de tejas de barro y un lote donde sembraba papa. Hacía de todo. Pero cuando murió la familia quedó en la calle. “Nos robaron las propiedades en Santander, y lo poquito que teníamos lo gastamos durante los dos años que estuvo en la clínica. No teníamos ni para el cajón”, cuenta sentado en su oficina, ubicada en el segundo piso de su fábrica en la zona industrial de Bogotá. Desde allí tiene una vista panorámica de la planta donde trabajan 450 personas.
Si su familia no hubiera sido desplazada por la violencia, si él no hubiera quedado huérfano de padre a los diez años, probablemente estaría sembrando tabaco en Capitanejo, el pueblo donde nació en 1941. Al menos, eso es lo que piensa Mario Hernández. Pero el hambre y las ganas de hacer cosas —dos motores potentes en su vida— le marcaron el camino. Hoy, su nombre va impreso en los productos de cuero que fabrica: carteras, zapatos, maletas. Su marca, una de las más insignes dentro y fuera de Colombia, compite con las grandes de Europa. La clave para perdurar más de 40 años en el mercado es una: reinventarse cada día.
Usted siempre se refiere a la muerte de su padre, cuando apenas tenía diez años. ¿Qué recuerdos guarda de él?
Lo recuerdo mucho porque yo andaba con él para todas partes. Y él hacía lo que yo hago hoy: compraba las materias primas, estaba encima de todo, iba a la plaza, a visitar a los proveedores. La mejor enseñanza es el ejemplo que te den en tu casa durante los primeros años de la vida, cuando se absorbe todo como una esponja. Yo prácticamente hice hasta segundo de primaria y ahí me enseñaron todo: educación cívica, urbanidad, aprendí las tablas, eso es básico.
Nunca fue buen estudiante, y sin embargo…
Es que la educación es en la casa. Tampoco tuve acceso a las universidades, y ¿para qué? Ahí tengo varios grados honoris causa de administrador de empresas. A mis amigos que estudiaban les digo: “vea, no había que estudiar”. Porque más que la educación, lo importante son las ganas de hacer las cosas. Investigar, untarse. La gente quiere cosas materiales... ¿para qué?, ¿para ser esclavo de las cosas? Eso no es. En la vida no necesita uno tanto. La vida no es de tener cosas.
¿Cualquiera puede ser empresario o hay que tener condiciones y talentos especiales?
Yo no creo que cualquiera. Lo que digo es que mi Dios nos manda a cada uno con el pan debajo del brazo. Todos somos iguales, pero cada quien hace su pan como quiere: con mantequilla, con jamón, con queso, eso depende de cada uno. Y somos iguales como personas, pero en los gustos somos diferentes. El mundo está bien inventado, mi Dios es un genio.
¿Cuál diría usted que es su talento innato?
Me gusta hacer negocios, diseñar, cocinar. Yo soy como un salpicón: tengo de todo un poquito. Lo que no sería nunca es ingeniero o médico. Me gusta ser creativo, que las cosas queden bien. Mi empresa no es tan grande, es pequeña para lo que he trabajado en la vida. Pero tampoco me interesa crecer más, a mí me interesa estar contento, ser el mejor en mi producto y construir una marca.
"Mi empresa no es tan grande, es pequeña para lo que he trabajado en la vida. Pero tampoco me interesa crecer más, a mí me interesa estar contento, ser el mejor en mi producto".
Ha sido un visionario, tuvo claras muchas cosas desde los inicios, en 1978, ¿De dónde le viene eso?
Viajando mucho y mirando. Uno tiene que hacer como los micos: ver, copiar y mejorar. Y ver qué le falta al país, porque uno tiene que reinventarse todos los días, hacerlo mejor y ponerlo más bonito. Una de mis fortalezas es que no me acuesto si tengo algo pendiente; no puedo dejar nada pendiente.
¿Qué entiende usted por reinventarse?
Hay que reinventarse en todo… en el amor, en el trabajo, en la familia, uno mismo, porque si no la vida se vuelve simple, rutinaria. Reinventarse para que no se pierda el encanto. No hay felicidad eterna. Quieres un carro y cuando lo tienes estás bien, pero al otro día ya te olvidas. No necesita uno mucho para reinventarse y estar contento. Hay que ponerle ganas. Si no le pones ganas a la vida, no sales adelante.
¿Hay alguna fórmula detrás de su éxito?
Uno, hambre. Dos, constancia. Tres, insistir, perseverar. Cuatro, no pensar en plata; la plata es un resultado de hacer las cosas bien, no un fin en sí mismo. Ser muy organizado: si no eres organizado no sales adelante.
¿Por qué dice que Dios está en los detalles? ¿Usted es detallista?
La vida es de detalles. Yo soy detallista con toda la gente, con mis empleados y mi familia. Mi oficina tiene la puerta siempre abierta, todo el mundo tiene mi celular, entro todos los días por la planta. Mire esa cara de satisfacción que tiene mi gente. A todos los que llevan trabajando más de tres años aquí les hemos ayudado a tener casa propia, les damos mercado, no les puedo dar más porque no tengo. Ayudo a mucha gente. Mantengo a un pianista en Moscú, estamos ayudando al hospital de la Universidad Nacional, tenemos el premio Mario Hernández. Y no pido nada a cambio y no tengo fundación. La gente es feliz teniendo fundaciones y pidiendo a los demás. No, no: produzca y métase la mano en el bolsillo como es. Todo lo que he recogido es porque en alguna época hice algo bien. Ser amable, querido: eso se te devuelve. Si tratas mal a los demás, también se te devuelve.
¿Qué se necesita para ser feliz?
Hacer lo que te gusta. Ser tú, ser honesto contigo mismo. No es solo aparentar, es ser. Yo digo que mi mejor MBA fue quedar huérfano a los diez años. Eso me obligó a salir a la calle. De resto, somos proteccionistas, dejamos que los hijos se queden viviendo en casa a los 30 o 40 años. En Estados Unidos a los 18 años se van. Y uno ve niñas muy lindas, muy bien criadas, que no les da pena trabajar en un restaurante. Aquí nos da pena hacer las cosas.
¿Qué cree que les falta a los jóvenes colombianos?
Yo a los jóvenes más bien les preguntaría qué le están dando al país, a sus padres. Les preguntaría qué están produciendo. Les diría “miren todo lo que se les ha dado”. Les diría “hay que producir”. A veces darles tanto a los hijos puede ser contraproducente, porque no crecen, no maduran. Uno tiene que tratar de que vean la realidad de la vida. Enseñarles a producir, porque si no, se comen lo que se les deja y terminan fregados.
¿Cómo crear ese equilibrio entre lo que se les da para que se formen bien, y lo que se les deja de dar para que aprendan y maduren?
Tengo tres hijos excelentes de dos matrimonios. El mejor premio que he recibido es que mi esposa actual y mi ex esposa se saluden, y que mis tres hijos se quieran como si fueran hijos de la misma mamá. Todos están en la junta directiva de mi empresa, y cada uno es bueno en algo. No puedes ponerlos a hacer lo que no les gusta. De niños tenían su mesada semanal, y siempre han sido juiciosos. Cuando viajaban les daba un billete de cien dólares extra, pero solo lo podían gastar si tenían una urgencia. Tenían que regresar al país con ese billete. Eso los enseñó a guardar para los imprevistos. Una vez mi hija me dijo: “me debes tanto de un libro de la universidad”, y le dije que sacara ese dinero de su mesada. Se lo dije con el dolor de mi alma… todavía me duele. Pero quería darle una lección. Gracias a eso tengo tres hijos excelentes. Son humildes, no les gusta farolear con que son mis hijos.
¿Cuál cree que es la diferencia entre los empresarios colombianos y los empresarios de la región?
Yo no diría la región sino el mundo. Nosotros seguimos con los mismos cuatro millonarios de hace 30 o 40 años. ¿Qué quiere decir eso? ¿Cuántas patentes tenemos en Colombia? Somos flojos, nos falta dedicación, aprender el negocio, arriesgarnos, falta todo eso. ¿Qué tenemos en educación, salud y seguridad? Nuestros políticos no piensan en colectivo, solo piensan en ellos y los suyos.
Tiene muy claro lo que deberían hacer los políticos en lo económico, en lo social. ¿Le llama a la atención la política?
Yo estoy seguro de que me lanzo al Senado de la República y salgo elegido, pero ¿qué hace uno allá? Me pego un tiro ahí adentro al ver que la gente no piensa en la comunidad, piensan solo en ellos, se roban las cosas, no trabajan por sus regiones. Qué tristeza, no están preparados.
"Hay personas con mucho dinero pero que no actúan dignamente. Eso no es. Uno tiene que agradecer lo que tiene. Uno nace empeloto y se va empeloto".
¿Cómo maneja el estrés?
¿Cuál estrés? Problemas no hay, esos te los formas tú. A los problemas búsqueles solución. Y si tiene mucha plata, búsquele solución: no la bote y guárdela. A todo hay que buscarle solución. Tengo una casa en la montaña, me gusta ir allá solo con mi señora y quedarme en sudadera, solo pensando. Uno tiene que reposar. Me invitan a muchos eventos, pero yo evito ir a mucha cosa, voy únicamente a lo que tengo que ir.
¿De dónde viene su afición por la cocina?
Desde hace 25 años nos reunimos todos los jueves un grupo de amigos a cocinar. No tenemos profesores sino que somos nosotros los que cocinamos. Es por turnos, cada semana cocina uno. Eso te cambia el mundo, te hace olvidarte, te diviertes. Hacer uno las cosas, eso es una delicia.
¿Cuál es su especialidad?
Me gusta de todo, pero para mí la mejor comida es la china, es la número uno en el mundo. También me gusta la italiana. Hago muchos asados, paellas, pizza, cochinillo. En mi casa somos buenos pobres: comemos de todo. Los hijos y los nietos son como de mejor familia, entonces no comen hígado, morcilla o chunchullo. No les gusta. Pero uno tiene que comer de todo. Como los europeos, que valoran todo.
En todas las entrevistas que le hacen usted recalca que el dinero no es lo importante. ¿Qué cosas no tienen valor económico pero sí otro valor?
Hay personas con mucho dinero pero que no actúan dignamente. ¿Cómo han criado a su familia? Se dan gustos para mostrarle a los demás. Eso no es. No son felices. Uno tiene que agradecer lo que tiene. Uno nace empeloto y se va empeloto. Por eso es mejor ayudar a la gente, dejarle el 20 o 30 % menos a los hijos y repartirlo con la gente que trabaja con uno. ¿Qué saco con un montón de plata y que nadie me reciba, o que digan “ese es un tal por cual, me robó”? ¿Y qué sacas si no tienes salud? La plata es un medio, no un fin; es importante, pero el reconocimiento no tiene precio y eso lo consigues a través de la vida.
Con frecuencia las empresas familiares quedan a la deriva cuando muere el fundador, porque los hijos no continúan. ¿Qué está haciendo para que su fábrica no se acabe cuando usted no esté?
Ya le he gastado mucho tiempo a eso y llegué a la conclusión de que eso de los protocolos de familia es perder el tiempo. Lo más importante es el ejemplo con el que crías a tus hijos. No todos sirven para el negocio. Pero muchas veces los hijos, por agradecimiento a los padres, trabajan en el negocio aunque no es lo que les gusta. Hay que dejarlos volar. De aquí a cuando me muera ojalá siga la empresa, pero eso depende de la organización. Estoy tranquilo porque les he dado un buen ejemplo a mis hijos, saben manejar el dinero, trabajan en equipo, saben dirigir.
¿Y cómo le va de abuelo?
Soy el peor abuelo del mundo. Dicen que uno anda como un burro trabajando, como un perro cuidando lo que hace y termina como mico saltándole a los nietos. Yo no. Lindos los niños pero ellos son problema de los papás, los consiento pero esa no es mi responsabilidad. Yo eduqué bien a mis hijos, les di una base. Eso es lo que tienen que transmitir: los valores, criar gente mejor para el futuro.
¿Juega con ellos?
De por sí no me gusta jugar. No tuve tiempo para jugar de chiquito. No aprendí eso. Me tocó tempranito ponerme a trabajar.
¿La habría gustado tener una infancia más parecida a la todos los niños?
No. Me fascina lo que me ha pasado. Tengo que estar agradecido. Lo único que cambiaría si volviera a nacer es que aprendería inglés., aunque no me ha hecho falta. He viajado por el mundo y para eso están los intérpretes y el dedo.
¿A qué se refiere cuando dice que uno necesita una maleta más pequeña cada día?
Sí, porque cada vez necesitamos menos cosas.
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