La casa hoy es espacio de vivienda, trabajo, estudio y entretenimiento. Con orden y conciencia es posible que, entre todas sus nuevas funciones, este lugar tan especial siga siendo un hogar.
l espacio que antes estaba reservado para la vida familiar ahora es también lugar de trabajo remoto y aula de clases. Es así como los padres hemos tenido que jugar de alguna manera el rol de profesores, aunque tengamos responsabilidades laborales que atender y una casa que poner en orden.
Con el caos instalado en la rutina, al final del día lo que quedan son niños frustrados y padres desbordados, con una cantidad de emociones que no saben cómo gestionar.
Una práctica muy útil para ayudarnos a salir bien librados de todo este desafío es el mindfulness. Traída a Occidente hace casi cuatro décadas por el monje vietnamita Tich Nhat Hanh, y popularizada por el profesor en medicina Jon Kabat-Zinn, la práctica tiene la gran ventaja de que es una herramienta aplicable a la vida diaria, que no exige conocimientos en técnicas meditativas. Se trata de una práctica que nos propone desarrollar la habilidad de prestar atención plena al momento presente: no importa si estamos sentados respirando o nos encontramos trabajando, comiendo, lavando platos o explicando una operación matemática.
El mindfulness nos pide una observación amorosa y atenta de lo que hacemos, de nuestras emociones y nuestros pensamientos: de los juicios, los miedos, los anhelos y las expectativas que tenemos frente a nosotros y los demás. Esa habilidad nos va a permitir estar tan íntimamente conectados con nosotros mismos que podremos decidir cómo queremos actuar, en lugar de reaccionar en automático ante las situaciones que se nos presentan.
Apoyar, no controlar
Muy pocos padres estaban realmente preparados para afrontar la educación en casa y lograr que sus hijos se adapten y continúen el proceso de aprendizaje a través de unas plataformas digitales de las que no sabían nada. Lo cierto es que los niños tampoco estaban preparados para seguir adelante sin la guía directa y permanente de sus maestros, como tampoco lo estaban para dejar de ver a sus amigos y que se les limitaran tan dramáticamente las actividades al aire libre.
Todas estas variables hacen que el confinamiento sea desafiante. Nos exige estar más conscientes de nosotros mismos para relacionarnos con nuestros hijos desde este nuevo rol de padres-maestros al que nos vimos enfrentados de un momento a otro. En esta situación, lo más sano, quizás, es que asumamos un rol de apoyo: que nosotros mismos y los niños sepamos que estamos ahí para guiarlos, no para hacer sus deberes o reemplazar al maestro.
Sin embargo, los chats de los padres de familia revelan a mamás y papás ansiosos por controlar todo el proceso de sus hijos: que no falten a ninguna clase, que no olviden realizar ninguna tarea, que estén al tanto si el profesor ya calificó la actividad... A veces somos incapaces de soltar el control.
"En esta situación, lo más sano, quizás, es que asumamos un rol de apoyo: que nosotros mismos y los niños sepamos que estamos ahí para guiarlos, no para hacer sus deberes o reemplazar al maestro".
¿Qué hay detrás de esto? Si asumimos la responsabilidad de estar atentos, de observar nuestras expectativas, nuestros miedos, y tenemos la valentía de permitir que surja la respuesta verdadera, probablemente se nos revelará un rasgo que hemos mantenido en la sombra porque es incómodo de ver: ¿Quiero que los demás piensen que mi hijo es perfecto? ¿El más inteligente, el más creativo? ¿Tal vez si mi hijo no hace todas las tareas me juzgarán como una mala madre o un padre desentendido? Son centenares de posibilidades por descubrir.
Lo importante, tal vez, es recordar que más allá de lo que aprendan los niños bajo el modelo de escuela virtual, lo fundamental serán los aprendizajes para la vida que queden de estos tiempos extraños. Y para ello sí que debemos estar los padres, para sostenerlos y aprender juntos de la dificultad.
No olvidemos que educamos por lo que somos, no por lo que decimos. Educar implica una conexión con nosotros mismos, antes que con nuestros hijos o cualquier otra persona. Exige dirigir la mirada hacia adentro, conocernos, aceptarnos y comprometernos con el desarrollo de la consciencia. Sólo así podremos estar listos para desaprender lo que haya que desaprender, para dejar de funcionar en automático y dar al otro, de manera generosa y amorosa, lo que somos.
No perfectos, humanos
Los niños necesitan sentir, ahora más que nunca, que su casa es su espacio seguro, más ahora que es el lugar en el que están pasando las 24 horas del día. Por eso es clave que intentemos mantenernos calmados y pacientes a pesar de lo desafiante que resulta estar en una cuarentena prolongada.
Es verdad que muchas veces llegamos al límite entre las obligaciones laborales, las tareas de la casa y todo lo que demanda de los padres la educación en línea de nuestros hijos, y de repente nos descubrimos gritando. Lo cierto es que cuando gritamos el problema no está en el otro sino en nosotros mismos, porque no hemos sido capaces de parar un momento antes de reaccionar a la frustración, el cansancio o el estrés.
Una manera que propone el mindfulness para no llegar a perder el control en situaciones límite es practicar la “respiración freno”, que no es otra cosa que frenar en seco antes de reaccionar, darnos unos minutos para tomar distancia y conectarnos con el flujo de nuestra propia respiración hasta que la marea furiosa retome la calma.
"Recordemos que los niños no necesitan padres y madres perfectos, los necesitan humanos".
Si no pudimos parar, y lo que ya era una situación difícil terminó siendo un caos, aprovechemos entonces el momento para aprender y enseñar sobre el perdón. Recordemos que los niños no necesitan padres y madres perfectos, los necesitan humanos. Si nos damos el permiso de pedirles perdón cuando los hemos lastimado, les estamos enseñando de esta manera que es humano equivocarse, pero también que es profundamente valioso querer reparar el daño.
Este camino nos conduce directamente hacia nuestros hijos, a reconectar profundamente con ellos, que en realidad es lo único que importa al final de la jornada. La calidad de ese vínculo se encuentra en la capacidad que tengamos de ponernos en su lugar a cada momento, de ver sus frustraciones y sus sueños, de comprender qué hay detrás de cada queja o comportamiento, y del amor que seamos capaces de darles.
Cuando conectamos con ellos, fortalecemos nuestro lazo afectivo y pavimentamos el camino para que cada vez que necesiten apoyo, seguridad y calma vengan a nosotros. Ahora y en un futuro.
** Adriana Echeverry es periodista y editora. Está próxima a obtener una certificación en Educación Mindfulness con la Escuela Española de Desarrollo Transpersonal.
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