En la calle Siete con carrera Sexta de Jericó, Antioquia, está el secreto mejor “curado” del suroeste antioqueño: el MAJA (Museo de Antropología y Arte de Jericó).
ericó es un pequeño pueblo de 13.000 habitantes, acomodado a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar en lo más alto de una montaña de la cordillera Occidental colombiana. Queda a 112 kilómetros de Medellín, en la región conocida como Suroeste Antioqueño. Su clima templado y su topografía quebrada le han regalado una larga tradición cafetera, y es uno de los pueblos más visitados de Antioquia por turistas del departamento y de afuera. Sus casas de tapia son amplias y floridas, con grandes ventanales y chambranas de madera; ornamentados aleros decoran sus techos de teja de barro, y por sus calles empedradas aún se oye el sincopado paso de las recuas de mulas que bajan los bultos de café de las veredas.
Fueron los niños que siempre están correteando por el parque central los que dieron la noticia, una tarde cualquiera de 2008. Como si hubiese llegado el circo, anunciaron la buena nueva por todas partes gritando emocionados: “¡Abrieron el museo, abrieron el museo!”. “El museo” al que se referían los chicos era un espacio mínimo, de 30 metros cuadrados, en una casa donde funcionaba la Casa de la Cultura y la Secretaría de Educación del Municipio.
Hoy, el Museo de Arte y Antropología de Jericó, MAJA, cuenta con siete salas de exposiciones que son recorridas por 25.000 visitantes al año. Cuida y expone más de 3.000 piezas precolombinas, presenta 20 conciertos de cámara en su auditorio para 150 personas y programa alrededor de 30 exposiciones al año. Ya son tres sedes: el Museo de la Música Ateneo Álvaro Arango, la Casa José Tomás Uribe Abad, que contiene una colección de artes decorativas, y la sede central del Museo.
Pero no siempre fue así. La bella casona esquinera de paredes blancas de tapia, con ventanas y puertas rojas que alberga la sede central, fue construida en 1910, y a comienzos de este siglo estaba cayéndose. Había sobrevivido a un par de temblores fuertes, pero su destino era la demolición, por su pésimo estado. Sin embargo, el motor detrás del MAJA y su actual director, Roberto Ojalvo, con un trabajo de gestión descomunal y con las uñas, logró juntar voluntades, amigos, empresarios y reformar la casa, a tal punto que duplicaron su espacio en mil metros, y pasaron de ser un museo casi de garaje a ser uno de los centros culturales más activos y palpitantes del país, a pesar de estar alejado de las grandes ciudades. Por sus salas han pasado importantes artistas colombianos, como Beatriz González, Luis Caballero, Pedro Nel Gómez, Débora Arango, David Manzur, Luis Fernando Peláez y Hugo Zapata, entre otros.
El Museo de Arte y Antropología de Jericó, MAJA, cuenta con siete salas de exposiciones que son recorridas por 25.000 visitantes al año.
Abogado de profesión, Roberto Ojalvo está entregado a su trabajo como director del museo. Este jericoano al que no le gustan las almojábanas pues desconfía de las “cosas demasiado buenas”, y que asegura estar ya “vacunado y embalsamado”, dirigió durante 16 años el Museo Universitario Universidad de Antioquia (MUUA), y al jubilarse decidió regresar a su natal Jericó y poner su conocimiento, contactos y experiencia al servicio de un museo que presentara una alternativa cultural para los residentes y visitantes de su municipio.
“Jericó es un pueblo que siempre ha tenido una fuerte vocación cultural y ha cultivado desde hace muchos años un culto a la memoria. Sus primeros museos, el de Arte Religioso y el museo Antropológico, fueron fundados hace 45 años”, recuerda Ojalvo. Tal vez por eso, Jericó es conocida como la Atenas del suroeste o la ciudad culta de Antioquia. Y es que entre sus personajes notables no solo se destaca Laura Montoya, canonizada en 2012 y primera colombiana del santoral católico, sino que también sobresalen el médico humanista Héctor Abad Gómez, el escritor Manuel Mejía Vallejo, la pintora Jesusita Vallejo o el poeta “maldito” del nadaísmo, Darío Lemos.
El paso a las grandes ligas del museo, por lo exótico y pintoresco que sonaba, se dio en 2012, cuando el MAJA expuso obras de Andy Warhol, el venerado padre del arte pop. La imagen de un campesino de sombrero, zurriago y carriel observando concentrado una obra de Andy Warhol es uno de los momentos que Roberto Ojalvo jamás podrá olvidar. Sus ojos brillan como si fuera un niño al recordarlo.
Una reacción notable a esta muestra fue que The Andy Warhol Museum, en Pittsburg (Estados Unidos), se contactó con el MAJA: primero incrédulos, maravillados después, tanto así que enviaron a un miembro de su equipo a Jericó a conocer la experiencia y realizar talleres con la comunidad.
Uno de los más importantes mecenas con los que cuenta el MAJA es Alonso Garcés, el reconocido galerista y coleccionista de arte, también oriundo de Jericó. Ha sido un generoso amigo del museo, y su colaboración fue imprescindible para la muestra de Warhol, pues ayudó a traer obras de París y Bogotá. “Llegaban buses de todos los pueblos del Suroeste, gente de muchas ciudades del país, extranjeros, fue una locura… Yo creo que en ningún pueblo de Colombia se encuentra una infraestructura como la que tiene el museo MAJA, es un museo digno de una ciudad capital, un museo con un equipo de gente profesional, donde cada exposición que montan es de una calidad impresionante. El museo ha cambiado totalmente la mentalidad del pueblo”.
De la curaduría del MAJA está encargado Saúl Álvarez, quien estudió Pintura Monumental en Bruselas, donde vivió casi 20 años. Conoció el museo y se enamoró: “encontrarme con el museo fue como llegar a un lugar esperado. Me gustaron las instalaciones, pero sobre todo la seriedad y el profesionalismo con que sus actividades estaban concebidas. Me pareció que el MAJA era un Museo, así con mayúscula, muy difícil de encontrar en cualquier otro lugar del mundo”, dice Saúl.
Y es que el concepto de cultura que maneja el MAJA es bellamente universal. El museo se ha apropiado de una frase de Gabriel García Márquez para todas sus actividades: “Se cree que la cultura son solo las bellas artes. No. La cultura es eso, pero es también la cocina, la moda, la educación, la ciencia, las religiones, el folclor, el medio ambiente, el modo de amar, en fin, todo lo que el ser humano agrega o quita para mejorar o perjudicar a la naturaleza”. Inspirados en esas palabras, las exposiciones buscan tener oferta para todos los públicos, que se combinen técnicas en sus distintas salas y se mezclen artistas jóvenes con maestros consagrados.
Jericó es conocida como la Atenas del suroeste o la ciudad culta de Antioquia.
Sobre la selección de los artistas, el curador, Saúl Álvarez cuenta que el calendario está copado hasta el 2022. Se toman muy en serio el trabajo: “primero hacemos un encuentro de preferencia en el taller del artista, donde vemos la obra en su lugar de creación. Luego de este encuentro y la conversación que tenemos con el artista da como resultado una aproximación, desde la visión del museo; escribimos el texto de presentación que para nosotros debe ser algo que abra puertas y ventanas con relación a la obra y permita al público acercarse a ella; y también comenzamos a imaginar el montaje en la sala, que, por supuesto, hacemos con el artista”.
Tal vez lo más sorprendente es que la sede central MAJA y las otras dos sedes alternas funcionan solo con cuatro empleados de nómina y un ejército de muchachos voluntarios. Ese puede ser uno de los mayores orgullos de Ojalvo. Desde sus inicios el museo ha contado con un servicio de voluntariado que prestan muchachos de 14 a 18 años, en su mayoría de la Normal Superior de Jericó, y a cambio el museo les certifica las horas que se exigen en el llamado Servicio Social Estudiantil. A la fecha, por el museo han pasado más de 150 estudiantes, un promedio de entre 15 y 25 al año, a los que la institución les abre un universo insospechado.
Estos voluntarios, antes de conocer el museo, “ven muy pocas oportunidades, solo piensan en quedarse en el campo sembrando con sus padres o buscar conseguir ser meseros en algún restaurante, pero yo siempre les insisto: ¡Su horizonte no termina en la vereda o la cascada, su horizonte comienza en la cascada!”, dice Ojalvo. Hoy en día algunos ex voluntarios son profesionales, e incluso están estudiando en Europa.
Por ejemplo, Víctor Betancur ingresó como voluntario a los 14 años. Nunca lo dudó, pues varios familiares ya le habían contado su experiencia. Luego de cuatro años en el museo se fue a Medellín, viajó fuera del país y regresó al MAJA. Hoy es gestor cultural del museo; transmite su experiencia a los nuevos voluntarios y coordina su trabajo. “A mí lo que más me gustaba era hacer las visitas guiadas, el intercambio con el visitante o el turista es buenísimo, pues la gente aporta lo que conoce y uno se nutre en ese intercambio, en ese va y viene de conocimiento uno aprende mucho. Para uno es muy emocionante ver el auditorio a tope o las salas llenas o la gente en el piso porque el auditorio está repleto; es muy satisfactorio ver que los visitantes aprecian lo que hacemos aquí en el museo. Además, trabajar con el doctor Ojalvo es un privilegio, él es una biblioteca andante”, dice entre risas.
La memoria del museo es Ercilia Blandón, pero casi todos la conocen como Chila. Es la secretaria del museo desde 2009, antes trabajaba en el bullicio y el ajetreo de la Inspección de Policía. Al llegar al MAJA sintió que había ingresado a un santuario: “Yo la primera semana lloraba porque no entendía, y sentía que aquí no pasaba nada. En cambio ahora lloro, pero por todo lo que hay para hacer. Es que el museo para mí es una obra de arte, parece que lo asearan las monjas de La Presentación, nosotros no sabíamos nada y el doctor Ojalvo nos formó y nos pulió a su imagen, por eso ahora todo funciona como un relojito”.
Y ese “relojito” del que habla Chila no se detiene. No hace mucho el museo adquirió un terreno adyacente y ya tiene los diseños para una nueva ampliación, que permitirá al MAJA duplicar su infraestructura. El proyecto es construir un moderno edificio que se integra bellamente con la casa colonial de la sede central, se va a poder incorporar el museo de la música, contar con múltiples parqueaderos, nuevas salas y una gran terraza que traerá algunos recursos. Para Alonso Garcés, “los planos y el diseño de la nueva ampliación es envidiable para cualquier ciudad del país”.
El pequeño museo que comenzó en un espacio mínimo de 30 metros pasará a tener 5.000 metros cuadrados. Por ahora es un sueño. “El MAJA es un museo pobre, pero somos buenos pobres: ¡Lanzados, orgullosos y exigentes!”, dice Ojalvo, mientras sus ojos vivaces vuelven a brillar como los de un chico.
El sol comienza a esconderse tras el cerro de Las Nubes. En las calles de Jericó huele a café recién tostado. Las garzas blancas cruzan sobre el parque principal buscando los árboles del cerro donde se acomodan bulliciosas. Pacho, un gallito cubano de plumaje dorado y cola negra, de cresta rojísima, con un par de filosas espuelas y con un andar pausado y altanero, como camaján de barrio, custodia la gran casa del Museo de Arte y Antropología de Jericó. Las tres palmas que coronan el patio apenas si se mueven con el viento de la tarde. Pacho, el gallo, pausado y altanero, está buscando su estaca.
* Periodista y director de cine y televisión colombiano.
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