La madre de un joven bisexual acepta sin dramas la situación y decide fundar una organización que ayuda a otros padres a asumir con orgullo la diversidad de sus hijos.
iempre supe que mi hijo era distinto a todos los de su entorno. Como madre uno intuye cuando hay algo particular en ellos. Lo empecé a percibir desde que él tenía ocho años, si no antes. La mayoría de los padres lo sabemos, lo intuimos, pero nos negamos a la realidad.
Por esos días me pregunté: ¿a quién tengo que hacer feliz, a mi hijo o a la gente que va a comenzar a hablar? ¿O realmente lo que me interesa es lo que está sintiendo mi hijo? Yo tenía claro que mi compromiso era con él. Me importaba que fuera una persona feliz, un ser humano integral, sin frustraciones, que pudiera vivir en pareja, tener una familia. Cuando nos concentramos en esa personita creo que todo sale más fácil.
Tuve muchas experiencias con las maestras de preescolarque hacían observaciones sobre la manera como mi hijo se vestía o los juegos que prefería, y siempre les dejé muy claro, respetuosamente, que yo aprobaba lo que hacía mi hijo, que él no le estaba haciendo daño a nadie, que era autónomo. Además era importante que él supiera que tenía mi apoyo.
Entre los dos buscamos asesoría, acompañamiento, no para “corregir” su orientación sexual, sino para hacer frente a los problemas de discriminación que estaba sufriendo, sobre todo en el colegio. En ese momento yo era docente del Distrito, y eso me generó una sensibilidad especial hacia el tema: pude ver cómo los chicos en el espacio escolar son terriblemente discriminados por sus compañeros y hasta por los mismos maestros. Tenía colegas que eran homofóbicos, transfóbicos, y en la sala de profesores hacían comentarios horribles. Esa fue otra de las cosas que me motivó a organizarme. Por mi experiencia personal surgió la idea de crear el grupo Padres, Madres y Familiares de Personas LGBT, que coordino desde hace más de ocho años.
Mi hijo sufrió discriminación y en séptimo grado tomó la decisión de no volver al colegio. Para mí eso fue una pesadilla. Sabía que tenía que hacer algo: era un camino complejo, pero había que emprenderlo porque no había otra manera. Entender que mi hijo era bisexual no me llenó de culpas. Sí tuve mucho miedo a la discriminación, pero lo pude exorcizar al convertirme en activista. Los padres normalmente se enfrentan con esos temores y con los prejuicios y la presión de la familia extensa. Yo no pasé por eso.
Cuando se tiene un hijo diverso, en nuestro entorno todos se convierten en psicólogos y sociólogos, todos opinan. Muchos desde su buena intención, pero también desde sus prejuicios. Y siempre están buscando una explicación: es así porque lo tuvo muy joven o porque fue madre soltera. O te señalan de haber afeminado a tu hijo. Es importante tener claro que la homosexualidad no es una enfermedad, no es algo que se hereda o se aprende o se contrae. Muchos piensan que no supiste educarlo, que no le pudiste transmitir ese “legado heterosexual”. Como si fuera algo que se pudiera transmitir.
La gran mayoría de los homosexuales vienen de familias heterosexuales. Razones para culpar a los padres van a encontrar diez mil, pero la realidad es que los seres humanos somos diversos. Buscar culpables es algo desgastante y no ayuda a resolver el tema de tener un hijo gay o una hija lesbiana.
Siempre traté de que el entorno —amigos de la casa, familiares, maestras— supiera que él era así y solo íbamos a intervenir para apoyarlo. Tenía que dejárselo claro a las otras personas, y era importante que mi hijo supiera que yo respetaba sus elecciones y sus apuestas. Si me preguntaban por qué está jugando esto o aquello, yo le decía a la persona “él está jugando a lo que quiere jugar y yo lo respeto”. Me cercioraba de que en los espacios donde él estuviera respetaran su manera de ser, que no le impusieran cosas o lo lastimaran.
Para mí, mi hijo es el escultor de su propia vida, él esculpió su cuerpo, su mente y se construyó en el hombre que es. Él es un maestro en la soberanía de su cuerpo, en sus gustos”.
Cuando uno tiene hijos diversos una parte de la familia se aísla, y otros se acercan. Si había alguien que le hiciera comentarios feos a mi hijo pues no lo frecuentaba más. Si veía que estaba pasando algo en el colegio, iba a hablarlo sin demora. Por eso es tan importante cultivar desde temprano unos canales de comunicación sanos con los hijos. Siempre mantuve las puertas abiertas al diálogo. Creo que hay que evitar preguntarle “¿tú eres gay?”. Me parece que puede llegar a ser violento o incómodo, porque uno no sabe en qué momento de su proceso está, de pronto ya lo tiene muy claro o de pronto no. Ellos mismos están preguntándose ¿qué siento? ¿quién soy? En mi caso, siempre estuve muy abierta y por eso creo que el proceso fue fluido para él y para mí.
El grupo Padres, Madres y Familiares de personas LGBT busca que los padres acepten a su hijo gay, lesbiana, bisexual o transexual. Pero va más allá: no solo se trata de comprenderlo, apoyarlo y acompañarlo, sino de sentirse orgulloso de esa diversidad. No queremos que sean de otra forma, ser diferentes es lo que nos hace seres humanos, no somos producto de una fábrica donde todos somos iguales.
Cuando los papás y mamás acompañamos a nuestros hijos, inmediatamente se crean como unos escudos de protección. Un chico o una chica que sabe que su familia lo comprendió y lo acompañó en su tránsito, en su diversidad, crecen seguros de sí mismos. Y si les toca estar en un ambiente donde los lastiman, ponen freno, se quejan, se hacen respetar. Pero un chico que ha sido agredido desde su casa normaliza la violencia. Por eso es tan importante que los padres estemos ahí.
La mayoría de los papás llegan con muchas dudas al grupo que coordino. Pero, sobre todo, llegan con muchas culpas: se culpan a sí mismos, buscan las razones por las cuales su hijo es así, intentan darle una explicación. No falta quien cree que por haberlo mandado a lavar la loza el niño se volvió gay. Hay muchos mitos, prejuicios e imaginarios alrededor de la orientación sexual y la identidad de género.
Los hijos diversos en cualquier plano —superdotado, con una discapacidad, un talento especial, gay o lesbiana— son maestros, no solo para nosotros como padres sino para la sociedad. Claro que uno puede convertir eso en una pesadilla, y ahí no hay aprendizaje sino sufrimiento.
La vida me dio un hijo bisexual. No es lo que yo esperaba, pero la pregunta no es por qué, sino para qué. Para mí, mi hijo es el escultor de su propia vida, él esculpió su cuerpo, su mente y se construyó en el hombre que es. Él es un maestro en la soberanía de su cuerpo, en sus gustos.
Me siento muy afortunada de tener el hijo que tengo. No lo cambiaría por nada, no quisiera que fuera de otra forma, y el camino que él ha recorrido ha sido una enseñanza que me transformó a mí. Empecé todo este trabajo por el amor que le tengo y por pensar en otros niños como él que podían estar sufriendo la violencia de esta sociedad. No quiero que nadie pase por los sufrimientos que he visto.
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