Una periodista deja atrás su vida profesional en otro país y regresa a Colombia a cuidar los últimos días de su madre. Un testimonio sobre los cuidados paliativos alternativos.
stás presenciando los últimos minutos de vida de tu madre. Ojalá tus hermanos lleguen pronto”. Fue lo que me dijo la doctora Melo, de la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Los Nogales, mientras estaba parada al lado de la cama de mi madre viéndola dormir. Llevaba sedada cuatro días y conectada a todos los aparatos que le permitieran su supervivencia. Era claro que ni ese momento ni ningún otro se iba a repetir junto a ella.
Cuando la doctora salió de la sala de cuidados intensivos, cerré las cortinas y me senté en la única silla que había cerca de la cama donde yacía mi madre. Tuve que retirar una ruana de alpaca color naranja que la había acompañado en sus últimos días, y pensé en lo triste que es entrar a una clínica con un ser humano y sus pertenencias, y salir solo con las pertenencias.
Con mis hermanos habíamos contemplado ese final, hasta hacíamos bromas cuando estábamos con mamá alrededor de ese desenlace precipitado por el cáncer. Pero uno nunca está preparado para oír que la mamá de uno va a morir.
Me marché de Colombia a comienzos de este siglo y viví fuera 14 años. A los pocos meses de llegar a Nueva York empecé a practicar yoga, meditación y, más adelante, profundicé en escuelas de pensamiento como el budismo tibetano, el budismo de Nichiren y el budismo Mahayana. También me certifiqué como terapeuta en kundalini reiki. El kundalini reiki se desprende del reiki, una técnica de curación japonesa, pero en él la limpieza y apertura energética son más intensas. Este tipo de terapia consiste principalmente en la imposición de manos, en equilibrar los centros energéticos del cuerpo —que yo llamo los enchufes a la vida—, y que nos permiten reducir el estrés, aliviar el dolor y reducir la ansiedad. De paso, llegar a un estado de aceptación, relajación y claridad.
Cinco meses después de conocer el diagnóstico de mi madre, la distancia me estaba resultando insoportable, por lo cual empecé a desprenderme de mi vida neoyorkina. Muy a mi pesar decidí ponerle punto final a mi relación de pareja. También decidí renunciar a mi trabajo, empacar, botar, donar mis pertenencias y venir a vivir con ella este proceso.
No hubo rutinas establecidas con ella, solo decidimos que probaríamos distintas cosas dentro de mi terapia, que incluye meditación, diálogo, cambios en los hábitos alimenticios, reflexión y conciliación con las acciones que nos han llevado a estados de tristeza, música que induce a la relajación y masajes con aceites esenciales. Si algo le gustaba, lo hacíamos, según como se sintiera corporal e interiormente.
El reiki, valga decirlo, se usa como parte del programa de Bienestar Comprensivo de la División de Pediatría Hematológica, Oncología y Trasplante de Células Madre del Columbia University Medical Center y del New York Presbyterian/Morgan Stanley Children’s Hospital. En estas instituciones, se incluyen terapias aprobadas en ámbitos clínicos como dieta, nutrición, acupuntura, yoga, masajes y aromaterapia.
En las mañanas, muy temprano, mi mamá comía papaya, pitahaya y batido de sábila con miel. La papaya y la pitahaya le ayudaban a mitigar el estreñimiento y la sábila, según algunos estudios, contribuye a revitalizar el sistema inmune. Luego desayunaba, se tomaba sus medicamentos y más tarde, si estaba muy adolorida, le hacía masajes. Si estaba ansiosa o había dormido poco, meditábamos. Si tenía antojos, le preguntaba qué quería almorzar y yo misma lo preparaba añadiéndole hierbas y especias como el jengibre, que ayuda a prevenir las náuseas; la cúrcuma, que reduce la inflamación y protege el hígado y el corazón; el ajo, que sirve como estimulante inmunológico; el romero, que funciona como antidepresivo y antiséptico, o la lavanda en té, que contribuye a la relajación y al sueño. Adquirí esta y mucha otra información en libros como Herbal Medicine, Healing and Cancer, escrito por Donald R. Yance Jr. nutricionista certificado y herbalista clínico, y Arlene Valentine, entre muchos otros que leí y consulté en esos meses.
En la tarde nos gustaba tomar onces: chocolate, pan dulce y queso, y en días buenos veíamos fútbol o los X Games de verano o invierno, que ella disfrutaba. Y antes de dormir le ayudaba a ducharse, cenaba, se tomaba los medicamentos de la noche, le ponía su bolsa de agua caliente y le preparaba té de marihuana para reducir sus dolores, su ansiedad y su insomnio.
Al reiki y la medicina alopática le sumamos algo de medicina homeopática, con un doctor al que no frecuentaba muy seguido porque no era nada barato. Sin embargo, introdujo en su tratamiento dos elementos claves para bloquear su desazón. Uno fueron las soluciones florales de Bach, mezcla de agua, brandy y néctares florales que contribuyen a disminuir los desequilibrios emocionales. El otro fueron ejercicios de respiración, que variaban en intensidad, para salir de las crisis. También consultamos con una psiquiatra, con la que mi mamá profundizó en los temas clínicos y efectos de los medicamentos, y la manera de contrarrestar los bajones propios de los opiáceos.
Por aquellos días me di cuenta del poder del tacto, cuánta falta nos hace y cuánto nos aligera tocarnos, abrazarnos, acariciarnos con nuestros seres queridos. El jueves 30 de junio de 2016, poco después de las palabras que me dijo la doctora Melo al pie de la cama de mi madre, llegamos a la última frontera de un camino que recorrimos mi familia, mis allegados y yo desde agosto de 2014, cuando mi madre fue diagnosticada con un linfoma de No Hodgkin, un tipo de cáncer que ataca los vasos linfáticos.
A sus 63 años, Carmen Julia Gaitán Pinzón vio el final de su vida. Yo estuve ahí, la acompañé como mejor pude en sus últimos días. Y esos momentos que no se van a repetir jamás los atesoro con amor.
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