Para tener la barba soñada, Raúl Zea hizo todo lo que le recomendaban los foros de internet: dietas, cremas, aceites, ejercicios. Un año después muestra orgulloso los resultados y los efectos positivos en su autoestima.
i uno nace lampiño y quiere tener barba le toca luchar. A mí me tocó. Yo creería, sin exagerar, que la barba, para un hombre que la quiere, es el equivalente de las tetas que las viejas se ponen. Ambas, la barba y las tetas, dan confianza a quien las usa. La barba me dio más confianza en mí mismo. Cuando estás seguro de ti y de lo que eres capaz de hacer, muchas cosas cambian. No es un efecto de la barba en sí, sino de lo que la barba genera en mí. La barba me mostró que si soy capaz de hacer de todo por tener una barba, soy capaz de cosas más importantes y más grandes.
Para mí la barba ha sido un descubrimiento importante. Yo me crié con mi mamá y mi abuela porque mi papá estuvo ausente. A los diez años tuve una figura paterna, mi padrastro, que está muy alejado del hombre colombiano tradicional. Es paciente, no le gustan los carros ni los deportes, le gusta leer. Tuve una aproximación a la masculinidad muy diferente, nada parecida a la del estereotipo del macho. No tenía un papá que me enseñara a jugar fútbol ni nada por el estilo; no era el más alto, ni el más atlético pero tenía esta visión de cómo debe ser un hombre. Y un hombre tiene que tener barba. Hay hombres sin barba a los que admiro, pero la barba es una reafirmación que divide al hombre del niño.
Quizás por eso yo estaba empeñado en tener barba, aunque la genética no estuviera de mi lado (ni mi papá ni mis abuelos son peludos). Me parecía un reto personal interesante: ¿hasta qué punto se puede llegar a contravenir la genética? Soy un diseñador daltónico, así que hacer que me creciera la barba era un reto tan interesante como ser un diseñador que no ve los colores de manera normal.
Lo primero que hice fue pasarme la hojilla por la cara aunque tuviera muy pocos pelos, porque me decían que eso la haría crecer. Pero no surtía ningún efecto, salvo cortarme la cara. Así que empecé a leer todo lo que encontraba sobre el tema y me metí en foros virtuales, una especie de grupos de apoyo para lampiños, donde encuentras todo tipo de opiniones y consejos. Hay usuarios experimentados que tienen buenas recomendaciones y un historial respetable porque la gente los califica y eso les da mayor credibilidad. En esos foros encontré información valiosa y yo hacía caso a los foristas mejor puntuados.
Una de las recomendaciones que me dieron en el foro fue usar muchos humectantes en la cara. Era clave que estuviera bien hidratada la piel. Lo irónico es que en la búsqueda de la masculinidad yo estaba haciendo algo muy femenino que era echarme cremas en la cara.
También me recomendaron que dejara de afeitarme y empezó a salir una cosa horrible: parches de pelos, nada uniforme. Ahí empezó la etapa más dura, la burla en la oficina. Fue un período muy difícil porque lo que me salía era un bozo con el que duré ocho meses. Fue la época en la que conocí a mi novia y ella pensaba que me estaba empezando a dejar la barba. No sabía que llevaba meses con esos tres pelos. A ella no le gustaba, pero no me rendí y seguí adelante.
En los foros encontraba el apoyo que no tenía en la vida real. Mientras en la oficina me decían “bozo de lulo”, en el foro encontraba mensajes que me alentaban: “vas bien”, “así empecé yo”, “va a valer la pena, tenga paciencia”. Ellos me daban ánimo cada semana, cuando subía fotos de mi progreso. Me hacían pensar que sí podía. Otra cosa que recuerdo es que se valoraba el esfuerzo: mientras más difícil, más gratificante iba a ser. Decían que a los que les crece la barba en dos días juegan en modo fácil.
El problema era que los pocos pelitos que me salían eran muy monos, por lo que no se veían. En el foro me recomendaron usar con una tintura especial para barba y fue lo mejor que pude hacer. La compré en una tienda de cosméticos y cuidado personal. Este tipo de tinte lo usan hombres que quieren tapar las canas de la barba. La gente se dio cuenta enseguida de que algo había cambiado. ¡Y claro que había cambiado! Ahora se veía más densa y poblada. Eso fue muy bueno para mí.
También empecé a usar aceites de argan y de jojoba. Me peinaba, me hacía masajes. Invertía una buena plata en estos productos, que son caros. Compré el eBook The Facial Hair Handbook de Jack Passion, que es un gurú de la barba. Él sostiene que es necesario cambiar la alimentación. Hasta ese momento jamás había hecho una dieta. Pero como estaba decidido, empecé a comer más vegetales y frutas, nada de dulces ni granos, y mucha carne roja. Esa dieta me hizo perder kilos. Como su teoría es aumentar la testosterona, propone hacer ejercicios de fuerza y de intensidad, más que el cardio. También dice que fumar y tener sexo contribuyen. Esa parte sí me gustaba. Los primeros seis meses fui muy juicioso. Algo importante que también recomendaba el libro y coincidía con lo que ya practicaba: en un año no toqué una cuchilla de afeitar.
Lo más absurdo que hice fue gastar 150.000 pesos en un tratamiento que contenía minoxidil, un tónico y unas gotas. El tónico me irritó la cara, pero pensaba que si me ardía era porque funcionaba. Al final tomé minoxidil y me sirvió. También estuve a punto de hacerme una medición de testosterona pero costaba mucha plata y desistí.
Me gusta cuidar mi barba. Tengo dos tipos de cepillo y una tijera pequeña. Uso aceites esenciales para mantenerla hidratada. Eso sí, nunca he ido a una barbería, siento que la barba es algo que se debe cuidar uno mismo. Así como nadie me baña, nadie debe cuidarme la barba. Es algo filosófico: me gusta ser autónomo y no tener que depender de otros.
Si me preguntan qué fue lo que me hizo crecer una barba frondosa creo que fue la suma de todo. Tengo partes que todavía me están creciendo, todavía mi barba sigue cambiando. No he llegado al cenit y eso me emociona. La barba se convirtió en un logro cumplido. Cuando me miro al espejo me alegra porque me recuerda todo lo que puedo lograr, que puedo hacer algo para lo que no estaba predestinado. La barba es una parte integral en mi filosofía de construirme a mí mismo.
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