Las mascotas demandan cuidados y atención, y por eso mismo son de gran ayuda para mantener la buena salud de los viejos.
oda mi vida he sido de gatos. Me encantan los felinos. Son hermosos y, en el caso concreto de los gatos, es muy divertido verlos entretenerse con cualquier cosa que medio se mueva. De ellos también me encanta que estén con uno sólo cuando se les da la gana. Uno puede irse de viaje tres días o hasta una semana, y eso en poco o nada lo afecta. En algún documental sobre gatos dijeron que los gatos están con los humanos porque les facilitamos la vida. El día en que dejemos de darles de comer ellos salen a cazar y asunto solucionado. Con un perro eso no sucede, porque es un animal dependiente y demandante.
Las raras veces que hubo perro en mi casa la relación fue más de deber: "Toca darle de comer al perro”. “¿A quién le toca sacar al perro?” ¿A quién le toca limpiarle la caca?”. Y, sí, yo jugaba con ellos y me simpatizaban. Pero ante todo fueron motivo de conflictos intrafamiliares.
Todo cambió hace siete años, cuando Pasiflora llegó a la casa con una fractura triple de fémur y cadera. En principio la idea era cuidarla un par de semanas y regalarla.
—¿Y si la dejamos acá?— me preguntó mi mujer.
—¿Cómo vamos a tener un perro?
¡Quién se va a encargar de sacarla a pasear? ¿Y qué irá a pensar Costacurta con la llegada un perro extraño en la casa? — Costacurta es el dueño de la casa en que vivimos. Nuestro gato.
Pasaron las semanas y Pasiflora terminó quedándose. Ha debido llamarse más bien Anfetamina, ya que la tranquila y callada perrita que se reponía de aquella triple fractura, echada sobre un par de trapos en un rincón de la sala, a la semana ya corría con la pata herida colgada y le ladraba a cuanta persona veía u oía pasar por el frente de la casa.
Yo me encariñe de ella. También se convirtió en una aliada, pues debido a un alza de azúcar en mi sangre que tuve poco después de su llegada me propuse caminar en serio todos los días. Y Pasiflora ha sido desde entonces la compañera de mis largas caminatas de sábado, domingos y festivos, y de aquellos días entre semana en los que la flexibilidad de mi horario me permite sacarla a pasear.
Yo pensaba que los perros eran, ante todo, ideales para acompañar a los niños. Sabía que existían perros muy útiles como los perros guía, los rescatistas, los perros antiexplosivos y los expertos en detectar droga. Pero no imaginaba que a estas alturas de la vida yo llegaría a tener una relación tan intensa con un perro.
A veces pienso que con Pasiflora he perdido un poco el sentido de las cosas. A Pasiflora le hablo y siento que a veces me entiende. Y no porque le dé instrucciones como “¡sit!” o “¡vamos!”, sino porque ella capta el significado de varias palabras no tan obvias, de algunos de mis movimientos y mis gestos. Yo me fijo mucho en sus orejas y fantaseo que con ellas Pasiflora me habla a través de un lenguaje de señas que a veces creo entender. Cuando caminamos, ella insinúa por dónde quisiera ir, y a veces insiste tanto que es ella quien determina la ruta.
Para escribir estas líneas busqué referencias y encontré, entre muchas otras cosas, que los viejos que cuidan una mascota son mucho más alegres y vitales que las que no tienen un animal en casa. Sentirse útil y acompañado es una muy buena medicina. Su presión arterial es más baja, así como su frecuencia cardíaca. Sienten menos estrés y visitan al médico con menor frecuencia que las personas que no tienen mascota. La obligación de sacar a pasear al perro mínimo dos o tres veces al día trae como consecuencia que mejoran su salud física y mental. Estimulan la memoria y la atención en los viejos, sobre todo los que viven solos, y para ellos es muy estimulante una mascota que los reciba al llegar a casa y que ellos tengan que cuidar.
Aún no soy un anciano solitario. Pero sí doy fe de que Pasiflora me ha ayudado a sobrellevar mejor esta etapa de la vida en la que las angustias y las incertidumbres se multiplican como conejos. (Continuará)
*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.
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