La Fundación Sanitas busca crear ciudades compasivas, que brinden cuidados y acompañamiento a quienes se encuentren en el final de la vida o atraviesen por alguna enfermedad.
n estudio reciente de la Facultad de Medicina de la Universidad de la Sabana, en conjunto con la Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría, puso sobre la mesa la difícil situación de los ancianos en Colombia. La investigación —que incluye datos de más de 30.000 adultos mayores en 250 municipios del país— reveló que casi el 10% de ellos vive en completa soledad, además de que el 72% no tiene acceso a un servicio médico adecuado para su edad. El problema es más serio de lo que parece, sobre todo si tenemos en cuenta que la dinámica de la sociedad no parece estar priorizando sentimientos como la empatía, sino que, por el contrario, tiende cada vez más al individualismo. Prueba de ello es que cerca de 20 millones de personas en el mundo mueren aisladas y sin nadie que las haga sentir mejor a su lado.
Para contrarrestar tal efecto, la Fundación Sanitas y la New Health Foundation vienen implementando el programa Todos Contigo, una iniciativa que busca “promover la creación de comunidades y ciudades compasivas para brindar cuidados y acompañamiento a quienes se encuentran en el final de la vida o atraviesan por alguna enfermedad crónica”. La idea es crear una conciencia colectiva con el fin de que los adultos mayores y las personas en la última etapa de la vida no estén solos en los momentos difíciles. Como apunta el doctor Emilio Herrera Molina, presidente de New Health Foundation, “el verdadero cambio social vendrá de la mano de la comunidad sensibilizada, de una sociedad implicada en cuidar de sus seres queridos”.
Ciudades compasivas
En términos generales, una ciudad compasiva es, según la NHF, “una comunidad global unida por la vocación de cuidar”. Camila Ronderos Bernal, directora de la Fundación Sanitas en Colombia, explica que el objetivo principal del programa es que siempre haya alguien dispuesto a ayudar a una persona que esté en dificultades. “Hemos ido perdiendo la lógica del vecindario —cuenta—. En ciudades como Bogotá, por ejemplo, no sabemos ni siquiera quién es la persona que vive al lado nuestro, y la idea es cambiar esa concepción. No se trata de que un vecino te ayude a cambiar de ropa, por ejemplo, pero sí puede acompañarte a un juego de mesa o a hacer unas compras”.
La idea es crear un mapa de agentes implicados —que incluya centros colaboradores y beneficiarios, así como profesionales expertos y agrupaciones sociales—, con el fin de crear una red sólida de apoyo para que los enfermos no estén solos y la comunidad se involucre ayudando. Para ello, explica Ronderos, el primer núcleo que se sensibiliza es el más cercano —es decir, la familia—, y luego se intenta hacer lo propio con la comunidad. “Se trata de asegurar que el enfermo tendrá una mejor calidad de vida en sus últimos años —dice—. Para la familia, vincular a otra persona en su cuidado es una descarga, porque muchas veces la persona encargada de cuidarlo sufre el ‘cansancio del cuidador’”.
Ronderos lo explica mejor con un ejemplo: “la mamá de mi mejor amiga tiene un Alzheimer severo y yo voy una vez cada quince días con mi hija de dos años a tomar onces a su casa. Ella es feliz porque conversa con mi hija, y yo le quito una carga al marido, que es el cuidador primario, para que pueda hacer otras cosas durante una tarde”.
En ese orden de ideas, en una ciudad compasiva el objetivo es que el cuidado de los enfermos esté al alcance de las posibilidades de cada uno: cada ayuda sirve, por pequeña que esta sea, para cuidar de los adultos mayores o enfermos terminales.
Un proceso de sensibilización
El programa Ciudades Compasivas cuenta con tres líneas de acción: sensibilización, investigación y formación. “A todos nos da mucho miedo el final de la vida —explica Camila Ronderos—, y por eso debemos crear conciencia sobre lo importante que es acompañar a la gente en esta etapa. Nosotros trabajamos con actores que estén dispuestos a apoyar esta red, como colegios e iglesias que, a su vez, se vuelven replicadores en sus entornos”. El proceso se hace también desde clínicas, hogares geriátricos o centros beneficiarios que, al mismo tiempo, ayuden a identificar a los pacientes que resultarán beneficiados con la red.
De momento, también, la sensibilización incluye un comercial de televisión que está al aire, y eventos masivos en distintos escenarios de la ciudad. “La idea es trabajar también con agrupaciones de voluntarios, gente que esté dispuesta a donar su tiempo. Lo ideal es tener un promotor comunitario, que articule a toda la comunidad”, dice la directora ejecutiva.
La investigación se hace para “entender cómo nos acompañamos y cuidamos”, analizar la manera de vincular a más personas y crear un mapa para expandir la red de cuidados. Y, finalmente, el objetivo de la etapa de formación es capacitar a los colaboradores en temas de cuidado, manejo del duelo y acompañamiento. “Entender cómo le hablo a esa persona que está en la etapa final o cómo entiendo mejor su enfermedad”, concluye Ronderos.
Experiencias compasivas
El experimento de las ciudades compasivas se viene haciendo con éxito en ciudades de España, Inglaterra, Canadá, Brasil, Argentina,Australia y, por supuesto, Colombia. “Una de las que mejor funciona es Sevilla, en España —explica la directora de la Fundación Sanitas—. Empezaron en el distrito central, con 150.000 habitantes, y ya tienen una red muy bien tejida”.
En Colombia el proyecto comenzó a implementarse hace dos años en Medellín, y hoy ya está en tres ciudades más: Bogotá,Fusagasugá y Cali. Cada una de ellas cuenta con un centro promotor y en todas se viene tejiendo una red que cada día se amplía más. “En Bogotá, nuestra primera meta es tener al menos veinte centros vinculados oficialmente al programa para mediados de 2018”, dice Camila Ronderos, y aclara que en todo el territorio nacional cuentan ya con más de treinta centros colaboradores.
El objetivo primordial del programa es que cada persona entienda que puede ayudar de alguna manera. “Todos hemos tenido un caso de alguien cercano que se nos murió, y ése es un buen punto de partida para pensar qué más hubiera podido hacer yo por esa persona o qué me gustaría que hicieran por mí mañana”, concluye Ronderos. Y agrega: “en la medida en que vas despertando esa sensibilidad, casi naturalmente te preguntas qué puedes hacer por los demás”.
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