Cuando las mujeres se juntan el mundo escucha, en el campo y en la ciudad. Conozca algunas experiencias de emprendimiento femenino en el campo colombiano.
egún la Oficina de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer, 51,6 % de la población pobre en Colombia corresponde a mujeres; además, trabajamos 10,8 horas más que los hombres, y aun así ganamos 20 % menos. Además está la violencia económica y patrimonial, de la que todos conocemos al menos un caso: mujeres que no se separan de sus esposos porque no tienen ingresos, hijas que no se van de sus casas por falta de dinero. Lo confirma en sus propias palabras Gilma, una de las protagonistas de esta historia: “Es que fuimos criadas para ser esposas, tampoco nos dieron muchas herramientas”.
Según un estudio titulado Protagonismo de mujer. Organización y liderazgo femenino en Bogotá, en la ciudad hay 85 organizaciones de mujeres, de las cuales siete se enfocan en economía solidaria. Pero en la zona rural también se han agremiado muchas, que desde hace más años de los que pensamos han construido su propia respuesta a un sistema que históricamente las ha desprotegido.
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Ambientalistas
Amuses: Asociación de Mujeres Emprendedoras de Sesquilé
—Nosotras empezamos desde hace ya veinte años, somos dieciocho las que estamos registradas en Cámara de Comercio, pero en realidad somos muchas más porque ahí se suman las familias asociadas que se benefician de alguna manera de todas las actividades.
—¿Por qué quisieron crear la asociación?
—Pues para esa época era más difícil todo el tema de trabajo para nosotras. Bueno, todavía, y queríamos tener otro ingreso económico, crear microempresa y también juntarnos con otras mujeres, conversar.
Lo primero que hicieron las fundadoras de Amuses (Asociación de Mujeres Emprendedoras de Sesquilé) fue arrendarle un local a la junta de acción comunal de la vereda El Uval, que funciona como un supermercado comunal llamado Tominé. Ahí se venden algunos productos que cultivan en sus fincas los habitantes de Sesquilé. Con lo que se recolecta, a final de año las mujeres de Amuses compran los regalos de Navidad para los niños.
Juana Rodríguez, Juanita, es la líder de la asociación, y me contó que, además del mercado comunal tienen un local en la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), al lado de la laguna de Guatavita: “Ese lugar es muy turístico, viene mucha gente de otras partes. Ahí tenemos la oportunidad de dar a conocer artesanías, por ejemplo algunas señoras que trabajan con la lana de las ovejas pueden vender ahí sus cosas. Pero más que todo tenemos productos ligeros que nosotras hacemos, como canelazo, carajillo, café en leche, queso con bocadillo, tortas, natilla, chocolate, nada de paquetes. Es más que todo como un parador para que la gente se tome algo mientras está ahí en la laguna”.
En el tiempo que llevan trabajando han tenido que probar muchos oficios y también han tenido que decidir cuándo renunciar: llevaban apenas unos meses y empezaron a fabricar productos de aseo, los vendían en el supermercado Tominé y además tenían un contrato con el colegio del municipio. No funcionó. Fabricaban pocos productos y la mano de obra salía costosa. “Empezamos a capacitarnos, a meternos a todos los talleres que veíamos por ahí. Nos dieron unas máquinas de coser, una fileteadora y una máquina plana, entonces hicimos un curso de ropa interior y de ropa pesada, como overoles. Vendimos unas cositas, pero nos dimos cuenta de que no todas éramos para lo mismo. Ahora solo una de las asociadas está encargada de ese tema porque es la que mejor lo maneja”, me contó Juanita.
Las mujeres de Amuses se mueven con diferentes proyectos: mercados campesinos, eventos para la comunidad o para los niños. Ahora también están sacando adelante la producción y comercialización de huevos de gallinas en pastoreo. Sin embargo, su enfoque está en el trabajo ambiental. Como líder, Juanita tuvo la oportunidad de ejecutar junto a sus compañeras un proceso de restauración ecológica, que consistió en dos fases: una de aislamiento, en la que hicieron 23 kilómetros de cerca en las veredas de la cuenca San Francisco: Carbonera alta y El uval, y una segunda fase en la que plantaron 18.000 árboles nativos de 35 especies diferentes, todo dentro del proyecto Adaptación al Cambio Climático en la Alta Montaña, de Conservación Internacional. “Cinco mujeres de la asociación estuvimos liderando este proyecto. Fue muy significativo que se nos diera la oportunidad de liderar un trabajo que en su mayoría se otorga a los hombres o a firmas con mucho reconocimiento. Para la ejecución tuvimos que contratar operarios, manejar una nómina. Y todavía tenemos otro convenio en el que vamos a sembrar 7.000 árboles nativos y unos 14 kilómetros de aislamiento. Entonces queda mucho por hacer”.
El primer convenio fue en enero de 2019, y me explicaron que luego de un tiempo estudiando la plantación ya pueden sacar conclusiones para mejorar, porque ya saben cuáles especies son más resistentes: “Hemos estudiado cómo se comporta nuestro territorio. De las 35 especies que sembramos hubo 15 que no sobrevivieron, entonces ya sabemos cuáles árboles resisten las heladas, las variaciones del clima, la humedad, es algo que hemos ido aprendiendo para hacer en un futuro planes basados en esto”, concluyó Juanita.
Ahora están en el proceso de plateo, que consiste en quitar el pasto de alrededor de los árboles y remover la tierra. También están haciendo el chequeo de mortalidad de las especies. Me contaron que quieren seguir enfocadas en temas ambientales.
En Amuses hay mujeres con edades desde los dieciocho años hasta los setenta años. “Nos juntamos también por unir nuestra creatividad, por fortalecernos, y si alguna no tiene cierta capacidad pues otra sí la tiene, y entre todas sacamos los proyectos adelante”. Todas tienen claro que la asociación es más grande que ellas: “La asociación nos sobrepasa a nosotras, y eso ha sido posible porque lo que hacemos aquí, más que cualquier cosa, es generar un espacio para lograr cosas por nuestro territorio, en función de él. Estamos en un punto tan sólido que es prácticamente como si Amuses nos mantuviera de pie”.
Defensoras
Corporación Campesina Mujer y Tierra
Desde que salió del colegio, Ana Otilia Cuervo se vinculó a la Junta de Acción Comunal de Usme y empezó a liderar proyectos para su comunidad. En el año 93 fue conciliadora, luego secretaria y al final presidenta de la JAC. Trabajó para lograr las redes de gas natural y acueductos rurales en Usme. También colaboró en una política pública de ruralidad que declaró su territorio como zona protegida, por el hallazgo arqueológico de unos restos indígenas en la Hacienda El Carmen. A los 34 años entró a la universidad y estudió Trabajo Social; como proyecto de grado pensó en la construcción de una ruta agroturística, que al final fue lo que acabó convirtiéndose en la Corporación Campesina Mujer y Tierra.
La corporación surgió en 2012, como resultado de un trabajo que Otilia, en compañía de su equipo, ya estaban realizando para la defensa del territorio rural en Usme, específicamente en la vereda La Requilina, que estaba amenazada porque según el Plan de Ordenamiento Territorial, POT, pasaba a ser parte de la expansión urbana. “Eso ponía en riesgo la permanencia de los campesinos, las tierras en las que trabajamos, en general toda la zona rural de Usme se iba a ver afectada”, me dijo Otilia. Decidieron entonces organizar una corporación para emprender acciones en colectivo para la lucha y visibilización del territorio rural.
Mujer y Tierra está compuesta por sus cuatro líderes y ocho familias asociadas que son, en su mayoría, madres cabeza de familia. Su trabajo está enfocado en cuatro líneas: el agroturismo, donde funcionan los recorridos pedagógicos por un circuito de fincas propiedad de los campesinos afiliados, en los que participan personas de todas las edades y se hacen para mostrar la cultura del territorio. La recuperación de la memoria histórica y las prácticas campesinas son otra línea clave de su labor: “Para esto hacemos carnavalitos campesinos con los grupos musicales de la región, lunadas artísticas, charlas pedagógicas en torno a los mitos y las leyendas de por acá y a la reivindicación de la identidad campesina”, dijo Otilia.
La tercera línea la tienen destinada a la comercialización de productos limpios. Tienen stands en colegios, alcaldía, institutos de bienestar y protección animal, y allí venden yogurt, huevos, arequipe, hortalizas, quesos, arveja. También hacen trueques campesinos con la comunidad. La última línea es la de protección ambiental, en la que trabajan para recuperar las fuentes hídricas y la agricultura orgánica.
Para Otilia, el trabajo por su vereda no va a parar: “Las zonas rurales son los pulmones de la ciudad, donde se conserva el agua, el oxígeno, el alimento. Es lo único que queda, lo que se tiene a la mano son las tierras para abastecernos. Las raíces de la tradición de nuestra ciudad se generan en los campos, en los pueblos. Queremos seguir defendiendo el territorio rural porque es nuestra forma de vida, nuestro hogar”.
La Corporación Campesina Mujer y Tierra pone todo su esfuerzo en las mujeres de Usme porque, para ellas, las campesinas han estado siempre relegadas a labores del hogar, sin poder elegir: “Nos interesa aprender cosas nuevas, involucrar a todas las mujeres en otros proyectos, también hay que tener en cuenta que la mayor parte del tiempo los hijos están es con la mamá, porque casi todos los hombres de aquí salen a trabajar a otros lados. Eso es clave porque el trabajo pedagógico es con ellas, las que están criando a niños y jóvenes que luego también van a luchar como nosotras”.
Productoras
AMEG: Asociación de Mujeres Emprendedoras de Guatavita
Gilma Rodríguez hace parte de AMEG desde que se fundó. Me contó cómo empezaron: “En septiembre del 2000, varias mujeres campesinas de Guatavita decidimos unirnos porque en el campo es mucho más difícil para nosotras, normalmente el trabajo que hay es para los hombres, y nosotras queríamos tener una independencia económica, no tener solo lo que generaban nuestros esposos”.
Para entonces, se juntaron treinta mujeres y empezaron a hacer jabones, escobas y trapeadores. No les dio resultado. Decidieron que, como están ubicadas en una zona lechera, iban a trabajar mejor en eso. Hicieron cursos en el Sena y empezaron a procesar leche para hacer yogurt, queso doble crema, queso campesino, panelitas. Hoy 47 mujeres son parte de la Asociación, y su meta es procesar los 2.500 litros de leche que producen en sus fincas, de los cuales solo pueden trabajar 1.000 por ahora y vender el resto en frío.
Desde hace un tiempo los yogures funcionales se convirtieron en su gran fuerte: “Dijimos: hay que hacer algo que vaya un poquito más allá, entonces con los yogures funcionales nos ha ido muy bien porque van dirigidos a mejorar la salud, aportan nutrientes específicos. Hacemos de arándanos y de miel y polen”, me contó Gilma.
Aunque las mujeres de AMEG tienen como emprendimiento sus yogures funcionales, señalan que su enfoque está en el tejido social, en trabajar unidas por sus necesidades, que tengan dentro de la Asociación un rol importante, ya sea desde la parte productiva o asistiendo a los eventos como aeróbicos, manualidades y todas las otras actividades que organizan. Gilma me dijo que para ellas lo más importante es su lugar: “Tener a dónde ir, que puedan salir de la rutina, que descubran cosas en las que tal vez no sabían que eran muy buenas”.
Durante 18 años Gilma estuvo dedicada completamente a AMEG y fue jefe de producción. Ahora sigue siendo parte, pero desde 2019 decidió dedicarse a su finca, en la que tiene un galpón, una huerta casera, pollos, vacas y cultivo de uchuvas. Piensa certificarse el próximo año como finca orgánica. “Lo que más disfruté de todos esos años de lleno, y todavía, es compartir historias con otras mujeres, ser amigas”.
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No sé si entre ellas se conozcan, pero todas llegan al mismo punto: quieren estar acompañadas, llegar a un lugar que están apenas descubriendo, llegar juntas. Me cuentan sobre sus planes para mejorar la distribución, sobre cómo van a empezar a vender por internet o sobre su próxima lunada. Lo cuentan serenas, como si no estuvieran cambiando el mundo.
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