Pasión y placer se juntan en la pesca deportiva. Dos pescadores de vocación cuentan cómo y por qué mordieron el anzuelo.
a línea de nylon se mantenía ligeramente tensa y tranquila hasta el flotador que sostenía el anzuelo y la carnada dentro del agua, cuando un tirón lo sumergió. Su padre dijo: “picó”, y Daniel, con cuatro o cinco años, comenzó a traer de vuelta su línea. Al cabo de unos instantes, ahí estaba, en sus manos, su primera trucha, la primera de muchas pescas de quien se convertiría más tarde en Director Deportivo de Pispesca, organización científica, deportiva y cultural colombiana con varias décadas de historia y la más grande del país.
Daniel Herrera permanece en silencio y mira con ese brillo en los ojos que sólo da la evocación de lo amado: “Me cambió la vida. Me hace recordar una vez que estaba pescando con mi viejo en los llanos y me preguntó qué quería hacer de grande. Yo le respondí: ‘quiero traer gente aquí, a ver esto y a pescar’”.
La historia de Jorge Ramírez, expresidente y miembro de Pispesca, también comenzó en el seno de su familia. “Mi papá y mis tíos amaban pescar. Cuando era niño recuerdo que íbamos a los llanos y al Neusa. Es más, tengo fotos de mi papá con pescados interesantes en el llano y de mi mamá en Tota. Con diez o doce años, yo ya pescaba a la orilla del Neusa con una caña. Más tarde, fue mi hermano Mauricio el que le cogió más gusto y me empezó a llevar. Luego me animé a comprar un botecito inflable y un motor, le hice el piso y ahí metí a Carmen Helena, mi esposa, y a mis dos hijas. Así empezó todo”.
Daniel Herrera con una Chichla, especie típica en la pesca deportiva.
Mientras hablan, Daniel, Jorge y Carmen Elena sonríen, recuerdan anécdotas y me muestran fotos con todo tipo de peces, mientras compartimos algunas cervezas en esta mesa llena de anzuelos y cañas. Los oigo hablar y pienso que pasión y placer parecen ser lo mismo en las palabras de ellos y, por lo que me dicen, en la vida de todo amante de la pesca deportiva.
Aunque parece obvio, no sobra anotar que la pesca deportiva se diferencia de la pesca de subsistencia y de la pesca comercial en que su propósito no es la extracción de los peces por necesidad o negocio. Se caracteriza porque después de pescarlos se devuelven al agua y se utilizan anzuelos que no lastiman de más al pez, toda una ética del catch and release. Es el acto en sí mismo lo que mueve a sus adeptos: es un medio que se ha convertido en un fin, una técnica humana que devino en pasión y placer.
En el mundo de la pesca están codo a codo el pescador técnico y el runcho, una forma irónica y cariñosa de llamar a los gocetas de esta práctica. Sin embargo, cualquiera de las dos personalidades puede alimentar una verdadera vocación. A Daniel, administrador financiero de formación, la pasión por la pesca lo llevó a renunciar a su trabajo en el Diners Club de Colombia, para dedicarse a tiempo completo a su obsesión. Por supuesto, esto ya venía de antes: “desde muy temprano quise aprender más y mejorar más allá de lo que me había enseñado mi padre, y tanto así que en el 75, con 14 años, gané mi primer concurso de pesca con mosca”.
A Jorge, empresario, el placer de la pesca lo llevó no sólo a compartir con su esposa y su familia muchas horas en el agua, sino a asumir el rol directivo que desempeñó por años en pro de mejorar los varios refugios de pesca que la organización tiene alrededor del país y crear ambientes más propicios y cómodos para disfrutar de la pesca en solitario, entre amigos y en familia. Y es que no es poco lo alguien comienza a descubrir y a desear una vez muerde el anzuelo.
“Hay un chiste que se cuenta mucho entre pescadores”, me dice Jorge. “Llega un vendedor a ofrecerle un anzuelo a un pescador que recién comienza. Cuando ya lo convence de comprar el anzuelo, le dice que igual no todos los peces pican con las mismas carnadas y le vende una caja entera de anzuelos y rapalas (un tipo de señuelo que se mueve al arrastrarlo en el agua). Pero entonces le dice que cómo va a hacer si no tiene las cañas, y le encima un par. Y entonces le pregunta que cómo se va a quedar en la orilla, tiene que conseguir también un bote, y con qué va a mover el bote, y le encima un motor…”. Jorge se ríe, me dice que a todos les ha pasado. Pescar tiene tantas posibilidades, lugares por visitar y peces que pescar, que una vez se empieza no hay vuelta atrás.
Se puede pescar en distintas modalidades: con mosca desde la orilla, el agua o un bote, blandiendo una línea de nylon que se acerca como un látigo al agua; haciendo spinning, lanzando también la línea a lo lejos desde un bote o la orilla; en trolling, arrastrando rapalas que se mueven como pececillos de colores vívidos desde un bote en movimiento; o fondeando con una plomada que hunde la línea hasta la profundidad donde se busca al pez. “Hay que engañar al pez”, me dice Jorge, y Daniel sonríe y dice, “yo pienso que se trata más de tentarlo, de provocarlo”. Y se trata de toda una ciencia. Mientras abrimos otra cerveza, Jorge trae una caja llena de moscas: pequeños anzuelos tejidos con vistosos colores y nudos que asemejan insectos con los que se suelen alimentar los peces. Hay decenas de formas y de tamaños, una colección de animales bordados por manos hábiles. “Para que te imagines: en Pispesca hay costureros para reunirse a hacerlos y todo”, agrega Carmen Elena.
Carmen Helena.
Peces es un término tan amplio que la mayoría ignora la variedad —aplastante— que se puede encontrar. Para muestra, tan amplia que en una de las oportunidades que viajé con Jorge Ramírez, lo primero que saqué no fue un pez, sino una raya de agua dulce. De ahí que los anzuelos, las cañas, las moscas y las rapalas tengan una variedad abrumadora. “Esto, por supuesto, también viene de la mano de que vivimos en un país privilegiado”, me dice Jorge, y Daniel agrega: “la variedad de climas y lugares donde se puede pescar aquí es enorme: tenemos Caribe, Pacífico, lagunas y ríos altos de montaña, ciénagas, los ríos cristalinos de Antioquia, y los enormes de la Orinoquía, así como el Magdalena que en sí mismo tiene diferentes lugares y climas, es de no acabar. Ahí es donde te encuentras una variedad de peces que tienen sus propias características y por tanto su técnica”. Estamos hablando de una gama que va de los enormes marlins o sábalos que se encuentran en nuestros mares, a los bagres de la Orinoquía, las truchas de las lagunas del altiplano cundiboyacense, entre tantos, tantísimos más. Los interrumpo, para preguntarles cuál es ese pez que los marcó, el diez de diez.
“Así la pesca del mar sea increíble con sus animales enormes, yo amo sacar pavones”, me dice Jorge con una sonrisa. “Son divinos, de un ataque terrible, depredadores voraces que salen del agua al picar con saltos y revolviendo las aguas de los ríos del llano. Son impresionantes, muy coloridos y con muchas variedades. Los pavones crecen unas 30 libras, hasta 33, más o menos, y en promedio tienen de 10 a 15 libras. El sueño es uno de más de 20 libras. Están entre el Orinoco y el Amazonas, y llegar hasta ellos es una verdadera aventura de horas y horas sin carretera a través del llano. Es que somos muy privilegiados: somos uno de los pocos lugares del mundo que los tiene”.
Daniel se queda pensando: “Es muy difícil escoger un solo pez”. Menciona los sábalos que pescó en Costa Rica, distintas truchas en lagunas, bagres enormes en el llano y las decenas de peces que recientemente se ha dedicado a sacar en Bahía Solano, el Pacífico, “donde los demás hemos tenido la oportunidad de ver el nivel y aprender de verdad de Daniel”, agrega Jorge. Finalmente, Daniel me dice: “No hay un pez, hay un lugar: las selvas del Guaviare colombiano. Estuvieron vetadas durante el conflicto y tuve la dicha de ir a esos sitios donde nadie entró en 50 años: a los ríos Guaviare, Itebiare y otros afluentes. Hoy no se puede entrar todavía, fue una oportunidad única. Es que tenemos otra cantidad de sitios sin explorar, las dos terceras partes de nuestro país han estado vetadas desde siempre… Pero ese que te digo es un lugar fantástico, precioso, parece mentira estar metido ahí”.
La Asociación Internacional de Pesca Deportiva es la entidad mundial que regula la pesca con caña y la categoría de los pescados.
Cuando les pregunto qué se necesita para empezar, aparte de caña y anzuelo, los tres se miran y se ríen, y me dicen que, sin querer sonar a publicidad institucional, lo mejor puede ser entrar a Pispesca, rodearse de amigos, experiencia,personas y lugares donde están los insumos necesarios y los consejos con los que se puede colmar la curiosidad de cualquiera.
Y cuando pregunto qué es eso que encuentran en el agua, cómo le explicarían a alguien qué es eso tan maravilloso que se puede sentir, si es el pez, si es la adrenalina, si es la calma, ambos piensan un instante: “Es algo con el lugar, el placer de estar ahí, en ese momento, inmerso en la naturaleza”'', dice Jorge. Daniel lo mira y asiente, me mira y después de unos segundos sé que se queda sin palabras, que no me lo podría explicar. Su expresión me recuerda los versos de un pescador que leo con devoción, Raymond Carver, y que tal vez explica esto mejor que cualquiera. Al final de “Donde las aguas se juntan con otras aguas”, uno de sus poemas más bellos, dice:
Me tomaré todo el tiempo que quiera esta tarde
antes de dejar mi sitio favorito en la orilla del río.
Me gustan, me encantan los ríos.
Me encanta todo el retorno
hasta su fuente.
Me encanta todo lo que me hace crecer.
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