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Bienestar Colsanitas

Adoptar es mejor que comprar

Fotografía
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La noble acción de adoptar una mascota abandonada es una decisión que regocija el alma,contribuye con la salud pública, dignifica la vida del animal y provee bienestar físico y psicológico tanto al adoptante como al adoptado. No hay pérdida.

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na hora y media de viaje es lo que nos separa de 70 perros que no tienen hogar definitivo, ni una familia que los consienta. Puede ser que alguna vez hayan tenido todo eso y los abandonaron, o simplemente nacieron en la calle. El hecho es que están ahí, en ese espacio verde inmenso, natural, pero sin un amo a quien defender ni un territorio para cuidar. Los perros que están en los refugios parece que con su mirada dijeran “Quiero irme a casa”.

En cuanto perciben el ruido del vehículo aproximándose a la granja se acaba la pasividad en la que presumo que estaban. Ladran, corren, se tropiezan entre ellos porque todos quieren acercarse a las rejas desde donde podrán ver quiénes llegaron. Son de muchos colores, tamaños, pelajes. Patas largas, colas cortas, orejas grandes y chicas. Jóvenes, adultos, cachorros, hiperactivos y tranquilos. Todos esperan por la oportunidad de demostrar cuán buenos compañeros pueden ser.

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María Fernanda Campoalegre se sabe los nombres de todos. De los setenta. Y lo mejor, conoce la personalidad de cada uno. Por eso cuando nos los presenta siempre hace una acotación para precisar la edad aproximada del animal, el carácter y algún detalle de su historia de vida. Ella tiene más de 10 años dirigiendo la Fundación Canina Campoalegre, y en alianza con la Asociación Defensora de Animales, administra un refugio ubicado en los alrededores del Salto del Tequendama.

“Antes estábamos en La Calera, pero el ruido molestaba a los vecinos y, encima, cada día encontrábamos un perrito abandonado en la entrada de la fundación. Nos arriesgábamos a la sobrepoblación. El teléfono fijo lo guardamos en una gaveta, sin uso, porque la mejor salida que encontraba la gente era llamarnos para que recogiéramos un perro que ya no podían tener. Encontramos una persona maravillosa que nos entregó en comodato un terreno en las afueras de la ciudad y aquí estamos todos contentos”, dice Campoalegre sentada en el pasto, con varios de los rescatados lamiéndola.

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Esos 70 perros que están en la Fundación Campoalegre alfin y al cabo son afortunados. Podrían integrar la larga lista de 800.000 perros y gatos que se presume habitan las calles de Bogotá, sin dueño. Los rescatados no tienen que dormir a la intemperie, tienen segura su comida, están vacunados, esterilizados y desparasitados y, en caso de que se enfermen, recibirán la atención de un veterinario. Los de la calle no. Y esa es la posibilidad que se le ofrece a un gato o un perro cuando es adoptado: aseo, alimentación, salud y amor.

Pero esa decisión lleva consigo una responsabilidad. No es solo un acto de caridad, porque la ganancia es mutua. Esa nueva compañía se convierte en alegría cada vez que el amo vuelve a casa, en la posibilidad de conocer gente nueva en cada paseo y aumentar la autoestima. Además, si se trata de un perro tendrá que hacer ejercicio cada vez que lo acompañe en sus caminatas o al bañarlo, mientras que el animal vigila y defiende cuando se aproximan extraños, divierte y promueve sentimientos de responsabilidad y solidaridad en los niños.

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Sumar un integrante de cuatro patas a la familia debe ser una decisión consensuada, en la que todos asuman la responsabilidad. No es un juguete animado, sino un ser vivo con sentimientos y necesidades”.

En la Universidad Javieriana hay un grupo de 40 estudiantes voluntarios que se hacen llamar Protección Animal Javeriana. En principio, ellos se unieron para encontrar hogar a unos 90 gatos que deambulaban por el recinto universitario y eran considerados una plaga. Por razones de salubridad los envenenaban. Pero estos muchachos quisieron darles una oportunidad y se organizaron para entregarlos en adopción. Los que eran más silvestres se quedaron en la universidad y ellos les proveen alimento.

Como todas las fundaciones que rescatan animales, asumieron el compromiso de esterilizarlos, desparasitarlos, vacunarlos y buscarles un hogar permanente. Mientras eso se logra, muchos de ellos se llevan los animales a su casa, de paso, o los dan a cuidar a un veterinario que les ofrece el servicio de guardería a bajo costo. Así que mientras más rápido puedan entregarlos en adopción, mejor para todos. A pesar de la urgencia, en todas las organizaciones que rescatan animales realizan un proceso de selección de los adoptantes para garantizar un mínimo de idoneidad y también de responsabilidad. La idea es que el animal no regrese a las calles al poco tiempo.

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Laura Reina ha coordinado el grupo de la Javeriana y cuenta que los interesados deben responder a un cuestionario de preguntas, entre las que se incluyen: ¿Cuántas personas conforman el hogar? ¿Están todos de acuerdo en la adopción de la mascota? ¿Qué tipo de vivienda habitan? ¿Cuántas horas pasará solo el animal? ¿Durante las vacaciones de la familia, qué pasará con el perro o el gato? ¿Cuánto está dispuesto a gastar en atención veterinaria, alimentos y medicina para el animal? Además, deben aceptar una visita domiciliaria que permita verificar las condiciones de la vivienda.

“Lo que buscamos es tener un perfil del adoptante para hacer una recomendación pertinente y evitar que el resultado de la adopción termine en trauma. Les recomendamos, según sus características y necesidades, si le conviene gato o perro, cachorro o adulto, grande o pequeño. Y también otros asuntos menos evidentes, como hacer compatibles el carácter de la raza y la personalidad del animal con las expectativas de la familia”, dice Reina.

Por eso regalar un animal a un niño sin el consentimiento de sus representantes no es una buena idea. Ése es un gesto de cariño imprudente. Sumar un integrante de cuatro patas a la familia debe ser una decisión consensuada, en la que todos asuman la responsabilidad que les corresponda. No es un juguete animado, sino más bien un ser vivo con sentimientos y necesidades.

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Formas de contacto

María Fernanda Campoalegre dice que para establecer contacto con las fundaciones el medio virtual es fundamental. Ahora abundan las páginas de redes sociales en las que se publican las características y las fotos de los gatos y perros sin dueño.“No facilitamos dirección ni teléfono de la fundación, porque no somos una organización recolectora de animales y no podemos apoyar el abandono. Los que quieran adoptar deben comunicarse con nosotros por correo electrónico, por Facebook o en las jornadas de adopción que frecuentemente se programan en la ciudad”, dice María Fernanda.

El Distrito Capital, a través de la Secretaría de Salud, cuentacon una organización llamada Zoonosis, que se encarga de recoger a los animales que deambulan por las calles por considerar que la sobrepoblación canina, sin los cuidados pertinentes, atenta contra la salud pública. No es una organización protectora de animales; por el contrario, es una institución pública que protege a los humanos de las enfermedades que pueda transmitir la población equina, canina y felina abandonada.

Mónica Paola Gómez, quien dirigió Zoonosis, precisa que la institución ha practicado la eutanasia a cerca de 5.600 animales, pero aclara que el 50% de los casos ha sido por solicitud de la comunidad o porque los animales estaban en pésimo estado de salud, y podían constituir un peligro para la salud humana. Así como también han entregado en adopción 4.800 mascotas. “Somos la organización que mayor número de adopciones realiza anualmente en Colombia, a través de jornadas masivas y también gracias al apoyo de voluntarios y organizaciones protectoras de animales que nos ayudan con la labor de encontrar familia a los perros y gatos que recogemos de la calle”, dice Mónica Paola.

Sin embargo, tanto en Zoonosis como en las demás fundaciones y organizaciones privadas del mundo que rescatan perros y gatos, es limitada la capacidad para acoger a los denominados animales "vagos" . En el caso de Zoonosis solo hay cabida para que permanezcan 120 animales. Por eso, las organizaciones rescatistas dicen que “cuando alguien adopta un perro de refugio salva dos vidas, la de la mascota que se lleva a casa y la de otro que podrá ocupar ese cupo en el refugio”.

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Dar y recibir

“Mi esposa y yo queríamos un perro y consideramos la adopción como la mejor forma de obtenerlo. A través de un aviso que vimos en Facebook nos postulamos para ser los adoptantes de un cachorro negro, negrísimo, de tres meses de edad aproximadamente. Contamos con la suerte de que nos escogieran y a los dos días teníamos a Zeus en casa, haciendo travesuras. Disfrutamos mucho de las caminatas con él, nos apoyamos en alguien que lo saca a pasear mientras trabajamos y cuando estamos en casa le damos todo el cariño posible. Para nosotros no es una carga, es una bendición”, dice David Durán, el feliz dueño de un perro rescatado de la calle.

Precisamente, la forma de vida de los posibles dueños de la mascota es determinante para la escogencia. Hay que tener en cuenta que un cachorro nunca se sabe cuánto va a crecer, son juguetones, llenos de energía y necesitan dedicación y paciencia para adaptarse a las normas de convivencia en la casa. Los adultos, en cambio, ya han alcanzado su estatura máxima, generalmente se adaptan muy fácil a la vida hogareña, son obedientes y menos hiperactivos. Todos, siempre, son muy agradecidos, y lo demuestran con fidelidad. A veces hay que pagar una suma mínima cuando se concreta la adopción. Es una forma de contribuir con el mantenimiento de los refugios y también una manera de medir cuánto está dispuesto a hacer por ese nuevo miembro de la familia. En todo caso, es un aporte que se hace con gusto cuando el animal ya se ha metido en el corazón.

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Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.