La cronofobia define el miedo vinculado al paso del tiempo, la vejez y la muerte. Este temor es un enemigo de la calidad de vida. Aquí abordamos algunas estrategias para enfrentarlo.
Desde que tengo memoria, las preguntas sobre el sentido de la vida, el envejecimiento, la muerte y el paso del tiempo, que cada vez se siente más acelerado, han invadido mi cabeza de manera constante. Unas veces con curiosidad y otras con la angustia de hallar respuestas difíciles de gestionar. Sin duda, esta no es una vivencia personal única, pues parte de la experiencia humana es sentirnos constantemente atraídos por dar sentido a lo que desconocemos como mecanismo de defensa ante el temor que genera el desconocimiento.
Para la doctora Pilar Aguirre Lobo-Guerrero, psicóloga adscrita a Colsanitas, “los temores y miedos son el producto de las ideas que consideramos constante y repetitivamente. Sin embargo, el miedo al paso del tiempo o a la muerte es algo más universal y frecuente, así como el miedo al envejecimiento, especialmente relacionado con la incapacidad que nos puede producir”. Aun cuando estos miedos y preocupaciones son habituales, sigue siendo tabú tener conversaciones abiertas sobre las únicas cosas que tenemos seguras: el tiempo no se detiene, el envejecimiento es irreversible y la muerte es ineludible. La conversación se hace más compleja al vivir en una sociedad que se ha encargado de vendernos la juventud como el bien más preciado a nivel estético y social.
En ese afán de ser eternamente jóvenes, activas, bellas, con muchas oportunidades por delante, realizando diferentes proyectos, viajando por el mundo, buscando el amor o hallando el trabajo ideal, parece que muchos tuviéramos un enemigo común: el paso del tiempo o el temor que genera, es decir la cronofobia. Se trata de una fobia específica, un desorden de ansiedad contemplado en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.
Aunque poco común, la cronofobia se presenta en personas que temen al paso del tiempo, al envejecimiento y a la muerte y puede volverse una obsesión persistente e incapacitante. Según la Asociación Americana de Psicología, los síntomas de todas las fobias suelen ser similares: ansiedad, ataques de pánico, alteraciones en la calidad de vida, sensación de miedo constante, sudoración excesiva o dificultad para respirar. La diferencia entre cada fobia es lo que la causa. En el caso de la cronofobia, el detonante suele ser la sensación de falta de tiempo asociada a un trastorno de desrealización que, según la Clínica Mayo, significa “sentirse totalmente desconectado del entorno que nos rodea”.
“Uno de los principales aspectos psicológicos que desencadena el miedo al paso del tiempo es la falta de sentido. Puede que la persona considere que no está haciendo nada importante con su vida, se puede sentir culpable por presión social o familiar o puede sentirse insuficiente por no estar alcanzando los mismos logros que otras personas de su edad”, afirma la doctora Aguirre. Esta sintomatología está relacionada con los planes de vida y las expectativas individuales. Al no cumplir con esas metas en los tiempos estipulados puede aparecer una sensación de frustración y derrota.
La pandemia por el Covid-19 exacerbó, en algunas personas, ese pensamiento relacionado con el tiempo que se escapa sin poder detenerlo. “Hay factores ambientales, sociales y familiares que pueden influir en que estos pensamientos sean más recurrentes y convertirse en trastornos ansiosos o depresivos. El miedo al paso del tiempo puede resultar paralizante, por lo que la persona deja de hacer actividades o no disfruta de las dinámicas que usualmente le causan felicidad”, agrega Pilar Aguirre. Además, la cronofobia altera la capacidad de planificación y gestión del tiempo, pues llevar un calendario o una lista de tareas puede convertirse en un recordatorio recurrente del paso del tiempo, lo que se convierte en un detonante de estrés y ansiedad. En el ámbito social, esta fobia dispara temores como el miedo a la soledad, la incomprensión y a la incertidumbre de las relaciones.
Hay un concepto clave para entender por qué nos sentimos atemorizados por el paso del tiempo. Según la doctora Aguirre, “la percepción del tiempo cambia a medida que envejecemos. Cuando un niño tiene cinco años, un año representa la quinta parte de su experiencia vital, lo que equivale a un 20% de su vida. Para una persona de 20 años, un año es una veinteava parte de su vida, es decir, solamente el 5%”. Esto quiere decir que la idea de que el tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos es real porque la percepción se ve alterada. Lo mismo sucede cuando estamos viviendo un momento feliz. Normalmente, en esos casos sentimos que el tiempo pasa con mayor rapidez, pues no queremos que se acabe, mientras que el paso de una situación desagradable lo percibimos con lentitud.
Para la doctora Aguirre, “el hecho de que estas percepciones del tiempo se asocien con experiencias angustiantes, ansiosas o negativas es una decisión que tomamos a diario. Desde que nacemos estamos envejeciendo y la muerte es una realidad absoluta para todos los seres vivos. Negar esos hechos, ya sea por factores ambientales, sociales, familiares o de la educación que recibimos solo afecta el disfrute de la cotidianidad con nuestros seres queridos y de la vida que tenemos”.
Además de la aceptación, también hay otros hábitos que pueden asegurar que el paso del tiempo, el envejecimiento o la muerte no se vuelvan temas incómodos y frecuentes. Uno de los más importantes es el autocuidado desde temprano, pues, al fomentar esa conciencia sobre el cuerpo que habitamos, al reconocer que es el único vehículo que tendremos desde el nacimiento hasta la muerte, la necesidad de protegerlo se vuelve fundamental. Para esto es clave cultivar hábitos como la buena alimentación, la actividad física, la higiene del sueño, no fumar, limitar el consumo de alcohol y ponerle especial atención a la salud mental.
Sin embargo, cuando el paso del tiempo, el envejecimiento o la muerte se convierten en temas que generan ansiedad o miedo prolongado, lo mejor es acudir a un profesional de salud mental, pues la psicología utiliza distintos enfoques terapéuticos útiles para gestionar estas emociones. “En realidad, estos enfoques pueden variar. A veces, las terapias cognitivas conductuales pueden ayudar, mientras que en otros casos es mejor enfocarse en el mindfulness, que se basa en ejercicios de enfoque en el presente. Mi enfoque terapéutico en específico se llama logoterapia. Es una terapia de sentido de vida que trabaja valores, elecciones vitales y la capacidad de responsabilizarnos de nuestro proyecto de vida en vez de ser víctimas de las circunstancias”, agrega la doctora.
Finalmente, es clave entender que no todo miedo o angustia es malo, siempre y cuando no impacte en nuestra calidad de vida. En ocasiones, estas dudas son el punto de partida para empoderarnos y tomar decisiones positivas frente a circunstancias vitales. “La mente nos juega trucos, pero, así mismo, es muy poderosa. El camino espiritual fortalece ese poder y no me refiero únicamente a la religión, sino a la certeza de que como seres humanos tenemos un alma y un espíritu que es capaz de sobreponerse a las circunstancias, hallar el equilibrio, establecer un proyecto de vida realista, aceptar lo inevitable y vivir en el agradecimiento”, concluye Pilar Aguirre.
Para mí, aceptar que, como dice aquella famosa canción, “el tiempo pasa y nos hacemos viejos”, ha sido un camino de ida y vuelta en el que, unas veces, hay calma y otras me consume la incertidumbre. Por años he analizado cuál es mi mayor miedo alrededor de este tema y creo que, finalmente, llegué a una respuesta doble. Primero, cada día que pasa se traduce en un día menos con las personas que amo: mi familia y mis amigos. Segundo, le temo a un envejecimiento que me haga olvidar lo maravillosa que ha sido hasta ahora esta existencia. Pero, de igual forma, concluí que la ansiedad y el miedo no me darán más tiempo del que ya tengo. Por eso, mis prioridades son disfrutar con los que amo, atesorar tantos recuerdos como pueda y reconciliarme con que el mayor defecto de la vida también es su mayor cualidad: “La vida es un ratico, un ratico nada más”.
- Este artículo hace parte de la edición 192 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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