Visitar al psiquiatra, asistir a terapia, tomar medicación, comunicar en la familia o en el trabajo que se tiene una enfermedad mental son actitudes y comportamientos que deben dejar de ser estigmatizados. Tenemos que hablar de salud mental.
esde que publiqué el libro Mi bipolaridad y sus maremotos, hace más de dos años, me liberé del estigma hacia mi enfermedad mental. Al hacer público que tengo un trastorno bipolar y compartir mi experiencia con otros he logrado liberarme del efecto negativo de los juicios de los demás sobre mi enfermedad, y también de los propios.
Porque además del estigma existe el autoestigma, y ambos se producen por desconocimiento. La psiquiatra Ana Millán, de Colsanitas, explica que durante muchos años la humanidad les atribuyó las enfermedades mentales a fenómenos fuera del dominio humano, e incluso a espíritus malignos o acciones demoníacas. Ya cuando la psiquiatría comenzó a formar parte de la medicina y entró en lo que puede denominarse conocimiento científico, la visión sobre la enfermedad mental comenzó a cambiar en el mundo. Sin embargo la psiquiatría es una ciencia nueva, y en el imaginario de las personas persisten ideas equivocadas y prejuicios sobre la enfermedad mental y su tratamiento.
José Posada Villa, psiquiatra, explica que el estigma se presenta incluso entre los mismos médicos. Según el especialista, estudios internacionales han encontrado que el estigma hacia la enfermedad mental está presente en el 46 % de los médicos, incluidos los propios psiquiatras.
Yo misma he sido juzgada por personal de salud. Recuerdo a la doctora de urgencias adonde llegué por otra enfermedad diferente a mi trastorno bipolar, quien no me creyó que jamás me habían hospitalizado a causa de dicho trastorno, y me increpó para que le dijera la verdad. O la ginecóloga que me trató de débil por tener un sobre de ansiolítico durante el trabajo de parto de mi segundo hijo, que tenía allí por si me daba un ataque de pánico en mitad de las contracciones. O la psiquiatra que se ofendió conmigo porque yo contaba con gracia lo que había hecho en uno de mis episodios maníacos, lo cual sí fue serio y peligroso, porque para ella eso era síntoma de mi inconsciencia y de mi incapacidad para manejar mi enfermedad. La verdad, solo le había puesto un poco de humor al relato, porque creo que una mirada menos trágica de la vida siempre será un motor más eficaz para seguir adelante que quedarse como víctima.
El secreto y la liberación
Durante cerca de diez años le oculté al mundo mi trastorno bipolar. Solo sabían mi esposo, mis hermanas y algunas amigas. A pesar de ser productiva y totalmente funcional, con una vida que el común de las personas podría definir como normal, creía que si hacía pública mi enfermedad sería rechazada y perdería mi trabajo. Hasta que un día me llené de valor y decidí escribir mi historia con la enfermedad, precisamente para luchar contra este estigma, sin importar lo que pudiera suceder una vez estuviera publicada.
Contrario a lo que creía, lo que ha sucedido desde entonces ha sido maravilloso. En primer lugar, me he liberado de esa sensación de engaño permanente que sentía hacia el mundo por guardar un secreto. Eso me ha hecho infinitamente libre. En segundo lugar, he podido hablar tranquilamente de mi enfermedad con los demás y explicar abiertamente por qué no consumo alcohol, por qué a veces necesito dormir más, por qué no trasnocho con frecuencia y por qué hay momentos en los que debo disminuir la carga de trabajo para evitar que aumente mi estrés y con ello la ansiedad. Porque mi salud mental se basa en evitar las crisis que me pueden llevar a cambios muy fuertes del ánimo que desemboquen en la depresión profunda o la euforia. Mi misión es el equilibro. Y como rompí el estigma e hice pública mi enfermedad sin miedo al juicio social, ahora puedo pedir ayuda y compresión. Y lo más maravilloso es que los he encontrado.
"Liberarme del estigma de la enfermedad mental también me ha hecho sentirme menos sola, porque el tema ya no es tabú para mí".
Liberarme del estigma de la enfermedad mental también me ha hecho sentirme menos sola, porque el tema ya no es tabú para mí. Muchísimas personas que han leído el libro o conocieron la historia en los medios de comunicación, me han contactado a través de las redes sociales para contarme su caso o para agradecerme porque después de leer el libro han podido entender a un familiar, a un amigo, a su padre, su hijo, su pareja. También me han buscado para que les preste ayuda o sencillamente para conversar, como la mujer que me escribió un 31 de diciembre para contarme que su hija se había intentado suicidar ese día y ella no tenía con quién más hablar, o la joven que le compró el libro a su amiga porque la familia desconoce tanto el tema que la ha llevado a sesiones de exorcismo para liberarla del demonio.
A todas estas personas les he explicado que no soy psiquiatra, que no diagnostico, que apenas puedo escucharlas y compartir mi experiencia. Muchas de esas personas que me han contactado se han sentido aliviadas con mis palabras, porque se han sentido acompañadas. El estigma genera sentimientos de soledad porque prohíbe hablar con los demás de algo que marca nuestras vidas para siempre y que formará parte de nosotros hasta cuando nos muramos. Pero cuando aparecen las conversaciones libres y sin misterios, nos sentimos acompañados.
¿Qué hacer?
Mi primer paso para luchar contra el estigma fue publicar mi libro y también hablar sobre el tema en todos los medios de comunicación que quisieron entrevistarme. Creo que he contribuido a dar información y también a que algunas personas tomen conciencia de la enfermedad mental, incluso en mi círculo más cercano. Una de mis hermanas sufría mucho con este asunto y no quería que yo publicara el libro. Cuando salió y a raíz de todas las entrevistas que di, por fin entendió, después de 15 años, qué es un trastorno bipolar. Ella no había querido aprender sobre el tema porque estaba llena de miedo. La enfermedad mental asusta a los demás porque puede cambiar los comportamientos de nosotros los enfermos, y los demás no saben qué hacer. La información es la primera herramienta para aliviar el temor.
Pero no es suficiente. El doctor José Posada Villa explica que el trabajo para luchar contra el estigma en una sociedad es una carrera larga, porque no basta con dar información. Cita el modelo de Prochaska y Diclemente para explicar su punto. Según este modelo, para cambiar actitudes, que es lo que realmente se necesita para reducir el estigma hacia la enfermedad mental, se precisan cuatro etapas: toma de conciencia, que se logra mediante la información y la educación; voluntad de cambio; acciones concretas, y el mantenimiento de estas acciones en el tiempo.
Posada Villa sostiene que la mayoría de las campañas en este sentido se limitan a brindar información, y los estudios han demostrado que esto no es suficiente. Sugiere que son más efectivos los cambios en grupos pequeños que las campañas masivas, y que una herramienta puede ser, por ejemplo, relacionar a las comunidades con los enfermos mentales para que haya un proceso de sensibilización y de voluntad de cambio.
"La enfermedad mental asusta a los demás porque puede cambiar los comportamientos de nosotros los enfermos, y los demás no saben qué hacer".
Con la publicación de mi libro y mi testimonio en medios de comunicación —entre ellos esta misma revista—, espero haber contribuido en algo con la etapa de concientización. Algunas personas me han comentado que han tenido cambios en sus actitudes; por ejemplo, algunos me contaron que volvieron a los medicamentos después de haberlos dejado, o personas que se sentían culpables por tener una enfermedad mental ahora se sienten libres, porque comprenden de qué se trata.
Todo este recorrido me ha mostrado que ha valido la pena hablar de salud mental, y seguiré haciéndolo porque también me buscan para dar charlas sobre el tema a pacientes y a médicos. Cuando miro hacia atrás, no puedo creer que sufrí tanto tiempo a causa del silencio que guardé. Hoy soy libre y feliz porque he logrado vivir un concepto que entendí desde que me diagnosticaron: yo no soy bipolar, yo tengo un trastorno bipolar. Entre ser y tener hay una gran diferencia.
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