Las mujeres embarazadas requieren algunos cuidados especiales, pero no están incapacitadas ni enfermas.
ún recuerdo la emoción que sentí hace poco más de un año cuando vi el video de la prima ballerina Ashley Bouder haciendo fouettes con seis meses y medio de embarazo. Estaba revisando Instagram mientras mi hijo Luca disfrutaba de su sesión vespertina de teta, y el video apareció como un vaso de agua fresca entre selfies y fotos de gatos. Una bailarina panzona, bañada en sudor, durante la parte final de su clase diaria, girando como antes de quedar embarazada era una escena que yo jamás había visto (las fouettes son piruetas en las que una pierna impulsa el resto del cuerpo como un látigo para girar muchas veces seguidas).
esta bailarina, al igual que varias otras que en el pico de sus carreras deciden tener hijos, siguió danzando sobre el escenario hasta que tuvo cuatro meses de gestación y comenzó a hacerse demasiado notoria su barriga. Continuó haciendo saltos inmensos y bailando en puntas en papeles muy demandantes, como el de Gota de Rocío en el ballet Cascanueces, con varias semanas de embarazo. Siguió asistiendo a clase de ballet todos los días, y registró con fotos y videos cómo su gravidez no le impedía bailar y girar hasta la semana cuarenta.
Por temas médicos, cuando quedé embarazada mi doctora me mandó reposo absoluto hasta que pudiéramos comprobar que el embarazo era viable, y luego dos meses sin ejercicio fuerte. Había quedado preñada de milagro casi, pues sufro de endometriosis y ovario poliquístico, así que ninguna medida preventiva me parecía exagerada con tal de proteger a mi tan querido feto. Pero una vez me dieron luz verde comencé a hacer ejercicio, sobre todo a caminar y a hacer yoga. Muchas madres mayores, tías, parientas y amigas de ellas, se impresionaban cuando les contaba que me gustaba subir a pie los cinco pisos hasta mi apartamento, o que aún era capaz de abrir mis piernas en split y poner la frente contra el suelo en clase de yoga. “Yo sí me cuidé mucho en el embarazo, casi ni caminaba, porque me fatigaba mucho”, oía decir. “Cuando las mamás se mueven mucho, a los bebés se les enreda el cordón umbilical y eso es peligrosísimo”, me repetían.
Pero el embarazo no es una enfermedad. Sí, claro, requiere de cuidados y atenciones, es una etapa excepcional en la que el cuerpo de la mujer pasa por un proceso único, en el que todo su organismo se concentra en mantener con vida y hacer crecer a otro ser que la habita por dentro. Hay veces en que los malestares, sobre todo en el primer trimestre, son fuertes, y las náuseas o el mareo pueden llegar a incapacitar. También hay embarazos de alto riesgo, o que cruzan por dificultades que obligan a la madre a estar en cama durante varios meses. Pero esta no es la regla, es la excepción.
Quizás la idea de que una mujer embarazada no está en capacidad de realizar ciertas hazañas físicas nos viene de un mal entendimiento de la palabra gravidez. Tal vez más de uno cree que esta proviene de “grave”, y no sepa que grávido significa, según la RAE, “cargado, lleno, abundante”. Y entonces cuando hace unas semanas se supo que la tenista Serena Williams ganó el Abierto de Australia con ocho semanas de embarazo, el mundo entero comenzó a comentar con furor. Ante la controversia, una de las respuestas que dio la deportista durante una entrevista por televisión fue: “Embarazada o no, nadie lo sabía y se suponía que yo debía ganar ese torneo. Cada vez que juego, se supone que debo ganar. Si no gano, a decir verdad, suele ser una noticia mucho más grande”.
La Williams no solo ganó un gran torneo embarazada, sino que es hoy, con 23 Grand Slams en su maleta, la tenista activa (sí, entre todos los tenistas hombres y mujeres) que más veces se ha llevado este tipo de premio. Y en lugar de enfocarnos en este hecho, y en lo injusto que es que sus contrapartes masculinas sean reconocidas como mejores, por ser hombres, y ganen más dinero por torneo, lo que se llevó toda la atención fue que ella, preñada, demostró que así una atleta de alto rendimiento esté embarazada, su cuerpo es capaz de alcanzar proezas históricas.
Como suele pasar desde que juegan de manera profesional las hermanas Williams, una vez más el cuerpo de Serena fue cuestionado desde todos los ángulos. Por un lado, la pregunta de si estaba poniendo en riesgo la vida de su feto al seguir jugando a ese nivel. Por el otro, si quizás el embarazo no habría servido como una especie de dopping natural que mejoró sus capacidades, pues es sabido que el cuerpo de una mujer preñada aumenta litros de sangre en el organismo para asegurar una buena oxigenación para el bebé. No faltaron quienes, una vez más, cuestionaron su feminidad (porque ese parece ser el lugar común cuando se trata de estas hermanas deportistas) por, precisamente, seguir en las canchas a pesar de su estado de gravidez. Y quienes buscaron todo tipo de explicaciones para justificar que ella, así, hubiera podido jugar un torneo perfecto.
Pero el embarazo no es una enfermedad. Sí, claro, requiere de cuidados y atenciones, es una etapa excepcional en la que el cuerpo de la mujer pasa por un proceso único, en el que todo su organismo se concentra en mantener con vida a otro ser.
Ahora que ya su barriga es evidente, como se vio durante la gala en el MET de Nueva York, la gran pregunta es si podrá regresar a su nivel previo y mantener un puesto en el ranking de la ATP. Parece que de alguna manera todos estuvieran enfocados en ver cómo, por qué medio, pueden comprobar que en efecto no solo el embarazo sino la maternidad disminuye las capacidades de las mujeres y las convierte en seres a media marcha que ya solo sirven para la crianza de sus retoños. Y la respuesta es: si ella quiere regresar a las canchas, como ya lo anunció, después de dar a luz de seguro seguirá siendo el portento deportivo que es. Así como Ashley Bouder, quien a los cuatro meses de tener a su hija Violet Storm regresó a los escenarios ante la ovación del público. Porque el embarazo no es una enfermedad y la maternidad tampoco.
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