Pasar al contenido principal
hijo único

En defensa del hijo único

Ilustración
:

Los hijos únicos suelen cargar con el estigma de ser malcriados y egoístas, entre muchos otros señalamientos. Pero ¿qué tan ciertos resultan estos lugares comunes? 

Nunca estuvo entre mis planes ser papá. Cuando era más joven me convencí de que iba a romper la tradición social —el matrimonio, los hijos, el colegio, las clases de fútbol y demás—, pero con el paso de los años acabé haciendo exactamente eso. No es que me arrepienta, al contrario: he escrito muchas veces que uno de los mejores momentos de mi vida, si no el más bello, fue recibir a mi hijo en los brazos. Es solo que en la vida casi siempre acabamos convirtiéndonos en lo que alguna vez dijimos que jamás seríamos. 

Ha pasado casi una década desde el día en que nació Emilio. Y aunque en algún momento contemplamos la posibilidad de darle un hermano, acabamos descartándola. Entre los motivos que barajamos estaban el costo de la vida, el exceso de gente en un mundo que agota cada vez más los recursos, la realidad caótica y la inevitable ansiedad por el futuro que a todos nos golpea. De todos, sin embargo, el que nos hizo abstenernos de seguir adelante fue un accidente que Emilio sufrió hace tres años: una fractura de fémur que lo obligó a estar más de dos meses con un yeso que iba desde el pecho hasta la punta del pie izquierdo, y que nos hizo retroceder en cuestiones que ya creíamos superadas. De repente, nos vimos obligados a estar pendientes de sus necesidades más básicas como si fuera otra vez el bebé que ya había dejado de ser. Y caímos en cuenta de que, a pesar de los bellos momentos, los primeros años eran más difíciles de lo que recordábamos. ¿De verdad queríamos pasar por eso otra vez? La respuesta era clara y mi esposa y yo lo sabíamos. 

¿Para cuándo el hermanito?

La gente suele ser imprudente, sobre todo la familia o ciertos conocidos que no son tan cercanos. Por eso, cuando ven a una pareja con un solo hijo, resulta casi natural que indaguen por el futuro hermanito. Formulan la pregunta casi sin pensarla, quizá porque tener al menos dos era lo que se consideraba “normal” hasta hace apenas unos años. Y cuando les responden que no habrá más, quieren saber por qué. Algo que, por lo demás, revela una falta de empatía considerable: muchas parejas simplemente no pueden tenerlo y abrir esa herida con una pregunta imprudente es entrar en terreno pantanoso. 

En cualquier caso, la decisión de tener un solo hijo está asociada a una cantidad de estigmas que recaen sobre los primogénitos: que son egoístas, mimados, mandones, malgeniados, llevados de su parecer y un largo etcétera que la gente no dice, pero que suele creerse sin cuestionar. Muchos piensan, también, que los hijos únicos van a estar muy solos y que un hermanito será una compañía para toda la vida. Hay cientos, miles y millones de casos en los que la relación entre hermanos se vuelve con el tiempo una amistad y un apoyo, pero también un número igual o mayor de situaciones contrarias. Tener un hermano no es, por desgracia, una garantía de compañía vitalicia o de amistad entrañable. Mi propia experiencia me demuestra que eso suele ser más un simple deseo.

Pero la gente insiste, ya lo sabrán ustedes si tienen hijos. En nuestro caso, han llegado hasta el extremo absurdo de sugerir que otro hijo es necesario porque, si uno de los dos fallece, al menos quedará el otro. Como si fueran una especie de mercancía de reemplazo.  Mi esposa y yo solemos responder a todas esas preguntas con humor, aunque hace un tiempo tengo un arma infalible para hacer que la gente deje de insistir: les cuento que me hice la vasectomía. Y el tema queda cerrado.

Tener un hermano no es, por desgracia, una garantía de compañía vitalicia o de amistad entrañable.

Una cadena de prejuicios

Los hijos únicos han tenido que cargar con cientos de prejuicios durante décadas. Desde finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en los albores de la psicología infantil, psicólogos como el estadounidense Granville Stanley Hall y su compatriota Eugene Bohannon contribuyeron a establecer en el imaginario que estos podían ser “altamente sensibles” o “menos arriesgados” por cuenta del exceso de atención que les prodigaban sus padres. Ideas que se regaron durante años, pero que en los últimos tiempos —debido a la sobrepoblación, la crisis climática y la precariedad laboral, entre otros asuntos no menores— ha venido cambiando. Hoy las familias numerosas son cosa del pasado y esa no es una apreciación sin fundamento: un estudio del DANE publicado en 2023 reveló que en Colombia “se mantiene la tendencia a tener menos hijos que en el pasado. Las cifras indican que, en nueve años, entre 2013 y 2022, la tasa de fecundidad se redujo al pasar de 1,7 hijos por mujer en 2013 a 1,4 hijos por mujer en 2022”.

“La dinámica de ser hijo único depende mucho de la generación en la que estos hayan nacido, así como del género y la condición social”, explica Lina Gómez, psicóloga de Versania. “Ser hijo único en estos tiempos tiene efectos positivos, porque los padres saben que tienen una gran responsabilidad de criar personas que hagan mejores cosas que las generaciones anteriores y, por ende, van a promover todo aquello que no fue promovido en sus propias crianzas. Así, muchos nacen y crecen en contextos de bienestar”. Para Gómez, la mayor ventaja de ser hijo único es que “aquellos hijos que son deseados y planeados tienen una mejor calidad de vida debido a que pueden recibir mejores prácticas de crianza o tener mayor acceso a la educación. Son padres que priorizan la calidad sobre la cantidad y que están más preocupados por ofrecer un mejor bienestar”. 

Para completar, un estudio reciente del Centro de Estudios Longitudinales del University College de Londres ha revelado que “los factores de mayor peso que influyen en el desarrollo de los niños son, entre otros, la situación socioeconómica de la familia y los recursos emocionales de los que disponen los padres”. En otras palabras, no es que el hijo único esté destinado a ser de una manera determinada por el simple hecho de no tener hermanos, sino que el desarrollo de su personalidad depende también de factores externos. Y ahí los padres jugamos un papel importante. ¿Que ser hijo único tiene ventajas y desventajas? Claro, pero no es nada muy distinto a lo que sucede en cualquier otro ámbito de la vida.

Hay millones de casos en los que la relación entre hermanos se vuelve con el tiempo una amistad y un apoyo, pero también un número igual o mayor de situaciones contrarias.

Somos tres

Supongo que es difícil saber si uno está haciendo bien o mal su labor como padre, pero el comportamiento de nuestros hijos puede brindarnos pistas valiosas. Si algo hemos disfrutado nosotros a lo largo de estos años es esta familia de tres, sobre todo porque hemos tenido la fortuna de contar con dos elementos que, a nuestro juicio, siguen siendo esenciales para la educación de nuestro hijo único: tiempo y amor para darle. 

Y eso se refleja en el comportamiento de Emilio, un niño noble, amoroso, que no teme expresar sus sentimientos y se relaciona sin problema con los demás. Cada quién verá cómo educa a sus hijos, faltaba más, pero para nosotros son mucho más importantes esas cosas intangibles que transmitirle, digamos, la idea de que tiene que ser el mejor o el niño más brillante del salón. Para mí es fundamental eso que decía el escritor argentino Roberto Fontanarrosa cuando le preguntaban qué quería para su hijo en el futuro: “Que sus amigos sonrían al verlo llegar”. Y nosotros vemos que con Emilio eso pasa. 

Así que no habrá hermanito ni tampoco tenemos la necesidad. Somos tres y así estamos felices.

- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

Martín Franco Vélez

Periodista, escritor y editor. Su último libro se titula Gente como nosotros, y fue publicado por editorial Planeta recientemente.