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Fernando Montaño, con el alma en los pies

Fotografía
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El bailarín colombiano inició su carrera en Buenaventura. Con mucho trabajo y sacrificio se convirtió en solista del Royal Ballet de Londres.

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a sonrisa de Fernando Montaño embruja. Es luminosa y cálida. Es la sonrisa de una persona con ángel, o con duende, como dicen en el mundo del espectáculo. Su presencia no pasa desapercibida. Es alto, esbelto y se mueve con elegancia. La espalda siempre recta, las manos ligeras y las piernas largas hacen que cada paso suyo parezca el movimiento de una danza. El tono de su voz es dulce y suave, y nunca deja de mirar a su interlocutor a los ojos. Responde cada pregunta con tranquilidad, y se toma el tiemp onecesario para desarrollar las respuestas sin afán.

El cuarto hijo de Gloria Jenny Montaño y Juan Rodríguez parecía estar destinado a la grandeza desde antes de nacer: después de su tercer hijo, Gloria Jenny había decidido ligarse las trompas, y el médico le aseguró que las posibilidades de un nuevo embarazo serían menores a uno por ciento. Pues bien, Fernando, ese bebé improbable, nació el 6 de marzo de 1986, el mismo día de Gabriel García Márquez, en el convulso puerto de Buenaventura, Valle del Cauca.

El duende de su buena estrella también lo había elegido para convertirse en un bailarín de ballet de talla mundial. Solista de una de las compañías más prestigiosas del mundo, el Royal Ballet de Londres, y uno de los artistas más destacados en la historia de su país. “Siempre fui un niño terco y sin límites. No pensaba que ser negro y pobre me iba a impedir algo en la vida, mucho menos soñar”, escribió en su autobiografía Una buena ventura, que lanzó durante la Feria del Libro de Bogotá 2019.

Descubrió el ballet por casualidad, mientras veía un programa infantil peruano llamado Nubeluz. Cuando vio a unos niños interpretar una pequeña coreografía supo que quería ser bailarín. Después de tomar clases de danzas folclóricas y tango, comenzó su educación artística clásica en Incolballet de Cali, a los 12 años. Una edad bastante avanzada para alguien que aspire a una carrera en los escenarios. Pero su talento natural era tan contundente que pronto fue becado para estudiar en la escuela del Ballet Nacional de Cuba en La Habana, donde se graduó como bailarín de ballet profesional solo cinco años después de tocar una barra por primera vez. Luego de una corta estancia en el Teatro Nuovo di Torino en Italia, fue contratado para hacer parte del cuerpo de baile del Royal Ballet.

El 23 de febrero de 2006, día en que el bailarín sepresentó por primera vez en el escenario del Royal Opera House, su madre falleció. Aquel momento, que pasó de ser el más feliz a convertirse en el más triste de su vida, marcó la carrera de Fernando.

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Usted se llama Fernando Rodríguez Montaño, ¿en qué momento cambió su nombre a Fernando Montaño?

En el Royal Ballet mi nombre era el más largo en los programas, por los dos apellidos. La directora, Monica Mason, me preguntó que por qué no usaba solo el Montaño. Yo le dije que no, porque mi nombre era Fernando Rodríguez Montaño. Luego a raíz del fallecimiento de mi madre, me quedé pensando. Ya a mi mamá no la iba a tener más físicamente. Entonces en honor a ella se me ocurrió cambiar mi nombre y usar solo su apellido. Y ha sido una de las cosas más lindas que he hecho, porque por un lado el nombre suena muy bien y es más exótico. Y por el otro, tiene esa conexión con mi madre, es mi manera de inmortalizarla.

Nació en Buenaventura y se crió en el distrito de Aguablanca en Cali, en un contexto lleno de violencia, pobreza y machismo. ¿No fue muy difícil querer ser bailarín en ese ambiente?

He sido bastante afortunado, porque en esas circunstancias en que vivía siempre fui visto como un líder o un ejemplo positivo. Ninguno de los otros niños y jóvenes podía hacer las cosas que yo hacía, como los splits (abrirse de piernas en el piso). O a veces les mostraba cómo saltaba. Los otros niños me admiraban. Sin embargo, mi padre sí sufrió de matoneo, sus amigos le decían que los bailarines eran maricas y drogadictos. Pero él nunca me expresó eso a mí, o me lo dejó ver. He tenido la fortuna de que muchas personas me han protegido para que ese dolor, o ese sacrificio de no tener dinero, no tener una posición más solvente económicamente, me afectara tanto y más bien ellos sí sufrirlo en carne propia. En ese sentido he sido muy afortunado.

Hay otra veta que recorre su historia y es la de ser negro en Colombia. Y como colombianos, a las personas afro que solemos admirar son los futbolistas.

Porque el fútbol se convierte en un camino para prosperar y lograr objetivos.

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"Mis papás apostaron desde el inicio todo por mí. La palabra sacrificio es persistente en toda mi historia y la de mi familia".

Pero usted también es negro en el ballet, que es un arte que no solo nació aristocrático, sino que es muy blanco. ¿Cuál es la realidad de un bailarín clásico colombiano y afro, dentro de la escala mundial del ballet?

Siento que tengo la necesidad de ser un pionero y ser un ejemplo, de no dejarme apabullar por mi color de piel. Es muy difícil, porque hay muy pocos ejemplos. Estamos en el siglo XXI y es una lástima que todavía seamos tan pocos. Este ha sido un proceso de conocerme a mí mismo, para sobrevivir en este mundo que es tan blanco. En el libro cuento que hubo momentos en que dudaba de mí mismo. Que pensaba que si me equivocaba se iba a notar más, porque nadie más se veía como yo. Una estrategia de supervivencia, en un principio, fue usar un maquillaje mucho más claro que mi tono de piel. Yo sentía esa presión, no porque mis compañeros fueran racistas, sino porque piensas que te están mirando raro. Eso te afecta y comienzas a ver cómo haces para verte más parecido a los otros. Pero con el tiempo uno se da cuenta de que en la vida no debe tratar de encajar en ningún lugar. Uno tiene que ser lo que es. Toca imponerse y que el talento de uno hable por sí mismo. Entonces no me quedo en el hueco de pensar que porque soy negro no voy a llegar. Yo continúo con esta batalla todos los días. A veces pienso que si fuera más claro sería muchísimo más fácil que me dieran muchos papeles. Pero luego me saco esos pensamientos de la cabeza y me digo que con lo que tengo lo puedo lograr. Va a ser más difícil, pero voy a continuar hasta donde pueda.

Su vida ha estado llena de sacrificios. Los que ha hecho usted y los que ha hecho otra gente para que usted llegue al lugar en donde está.

Es verdad que a lo largo de toda la historia han llegado una cantidad de sacrificios. No solo míos, sino de mi familia. Por ejemplo, perdimos la casa por créditos a cuentagotas que luego no se pudieron pagar. Mis papás apostaron desde el inicio todo por mí. La palabra sacrificio es persistente en toda mi historia y la de mi familia.

Es muy interesante, porque el ballet es un arte que también implica un sacrificio físico, con un manejo del cuerpo que es completamente antinatural. ¿Cuáles han sido esos sacrificios de la carne que ha hecho por su arte?

Yo diría que muchas veces me sacrifico con la comida. Hay momentos en que te invitan a una cena y por ser bailarín todo el mundo está muy pendiente de qué vas a comer, y la cena te la arruinan. También está el sacrificio de todo el trabajo extra que tengo que hacer, los abdominales, los estiramientos todos los días. No para. Y es muy individual, porque cada cuerpo es muy diferente. Muchas veces estás cansado, pero te toca hacerlo. Es muy agotador. En cierto modo los bailarines flagelamos nuestros cuerpos. Es un dolor, pero al mismo tiempo no lo es.

A pesar de tener personas que lo han apoyado de manera incondicional, hay una soledad que recorre su existencia, usted la ha mencionado antes. ¿Esa soledad es autoimpuesta?

Creo que la he buscado. Siempre fui un niño con un círculo de amigos muy cerrado desde chiquito. No me gusta desperdiciar mi energía con personas o grupos que no me aportan. Y sí, me aíslo un poco. Lo veo como un mecanismo de protección, más que cualquier otra cosa. Porque a veces cuando se es tan público, se es muy vulnerable. Por ejemplo, ahora con el libro siento que me abrí al mundo. Escribir el libro fue un proceso de un año, muy lindo. He sido lo más honesto posible, no tengo ningún tabú o reparo. Pero me ha tocado las entrañas y estoy muy sensible. Yo no suelo llorar delante de nadie, pero con esto no lo puedo controlar. El autocontrol que me ha dado la danza no me ha servido con el proceso de presentar el libro, y me cuesta mucho controlar las emociones.

Usted ha dicho varias veces que el mundo del ballet es muy difícil y que no tiene muchos amigos dentro de la compañía. ¿Por qué?

Cuando llegué al Royal Ballet, como no hablaba inglés, se me hizo muy difícil la comunicación. Luego a los dos meses perdí a mi madre. Mis compañeros, al inicio, no fueron los más chéveres del cuento. Porque era extranjero, no podía hablar con ellos, no me podía defender, no podía comunicarme. Me hacían cosas, por ejemplo, me escondían la ropa. Me hicieron bullying. Eso me creó una desconfianza fuerte. Pensaba “yo acabo de llegar acá y no le he hecho nada malo a nadie. ¿Por qué me están haciendo esto?”. Ese ambiente también se creó porque cuando llegué me comenzaron a dar papeles de solista. Entonces eso generó muchos celos. Todo eso me ha llevado a ser muy reservado dentro de la compañía y a no tener tantos amigos. Mis amistades las tengo fuera del ámbito de la danza, fuera del teatro. También siento que eso me hace un poco más humano. Porque el mundo del ballet es muy duro, en el sentido de que todos queremos ser los principales, hacer el mejor papel, y no todos lo logramos. Y en ese camino muchos se vuelven amargos, y pueden hacerle daño a los que todavía tienen el deseo y la pasión por seguir adelante.

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"Pero con el tiempo uno se da cuenta de que en la vida no debe tratar de encajar en ningún lugar. Uno tiene que ser lo que es. Toca imponerse y que el talento de uno hable por sí mismo".

Usted llega a Londres con un buen trabajo, con un salario y unas comodidades que nunca había tenido. ¿Cómo fue pasar de la carencia a la abundancia?

Fue un choque, porque cuando uno está acostumbrado a tener tan poquito cuida mucho sus cosas. Y llegas a tanta abundancia y te das cuenta de que la realidad de las otras personas es muy distinta. Ellos no se dicen “tengo que cuidar mis zapatillas, porque si se me rompen en mes y medio no voy a poder comprarme otras”. Comienzas a sentirte mal, porque piensas en los que se quedaron atrás. Piensas en los otros que están sufriendo, pues no tienen casi nada, y tienen que hacer maromas para que unas zapatillas les duren. A mí a veces me daba rabia, porque veía como un despilfarro eso de pedir zapatillas cada semana. Ese choque fue muy grande. Además, Londres es una ciudad muy cosmopolita, donde se escuchan todas las lenguas y ves personas de todas las razas. Era demasiada información de repente. A mí no me gustaba Londres al principio, me parecía demasiado de todo. Eso llevó a que mi adaptación fuera más lenta.

Esa idea de cuidar las cosas, de no despilfarrar, ¿cómo la aplica usted en su día a día?

A veces pido en el Royal que esas zapatillas usadas una sola vez se guarden para traerlas a Colombia y donárselas a Incolballet. Más allá de la danza, mi granito de arena, lo poco que aporto, es por medio de la Fundación Children Change Colombia. Todos los años organizo una gala benéfica en Londres con varios artistas. Hago un popurrí con cantantes de ópera, bailarines de ballet, de ballroom, de folclore y cantantes de pop. Hago la noche ‘Fernando Montaño and Friends’ en la que recaudamos fondos para los niños en Colombia. Los niños que ayudamos no necesariamente están vinculados al mundo del ballet o de las artes, sino que son niños vulnerables que han tenido unas vidas muy difíciles.

¿Cómo es el día de un bailarín y qué hace para mantener la energía?

Me levanto a las 8:30 de la mañana y me tomo un vaso de agua tibia con limón, antes de desayunar müsli con fruta, té verde y algún bizcochito. Me ducho, me visto y salgo para el Royal Opera House, que es la sede del Royal Ballet. Entro al salón de ensayo unos minutos antes de que empiece la clase diaria, que va de 10:30 a 11:45. Luego tenemos 15 minutos de pausa para tomar agua, y a las 12 en punto comienzan los ensayos de repertorio. A las 2 tenemos una hora de almuerzo. Yo trato de hacer tres comidas fuertes al día y tomar dos snacks entre comidas. Nueces y frutas, sobre todo, para recuperar energía y minerales, porque sudo mucho. Los días que no hay espectáculo terminamos los ensayos a las 6:30 de la tarde. Cuando hay show en la noche, los ensayos se acaban a las 5:30 pm. Tenemos dos horas de preparación antes de que suba el telón. Yo por lo general como antes de la función. Los espectáculos duran, aproximadamente, tres horas. Así que el día termina casi a las 11 de la noche. Pasamos la mayor parte del tiempo dentro del teatro, lo que hace que los días sean solitarios y difíciles, porque los tiempos de descanso son pocos. Solo tenemos un día libre, el domingo. Y los sábados, casi siempre, hay doble espectáculo.

Carolina Vegas

Periodista y escritora. Es autora de El cuaderno de Isabel, Un amor líquido. Autorretrato de una madre (Grijalbo, 2017).